Acá está, a disposición para cualquier tipo de uso con la sola condición de que se avise y se mencione, para bien o para mal, al autor de la adaptación.
MACBETH
por PEDRO
PEÑA
Adaptación
de la obra homónima de William Shakespeare
I
En
el campo de batalla la suerte estaba echada. Las tropas
invasoras retrocedían hacia el mar y dos hombres volvían
victoriosos y cansados a su campamento. El viento había
llevado nubes negras sobre los desdichados que habían
muerto. Truenos y relámpagos se escuchaban desde el oriente.
-Mira
-dijo el más alto-. ¿De dónde ha salido ese bosque?
-¿Cómo saberlo? -respondió el más bajo-. Tal vez haya
estado allí desde el principio y no hemos reparado en él
hasta ahora. Nos vendrá muy bien para tomar aliento y
continuar. La batalla ha sido dura y será mejor agradecer
que continuamos con vida.
-¡Con
vida y honorables, Banquo! ¡Fieles a nuestro Rey Duncan!
No como esos traidores que huían con el Barón de Cawdor
a rastras. ¡Escocia no es para los traidores!
-Ojalá fuera cierto, Macbeth. Pero hoy en día las
traiciones crecen como grama en las colinas. Apresurémonos.
La tormenta se acerca y el campamento aun está lejos.
Una
bandada de cuervos se precipitó sobre la llanura. Los
hombres caminaron juntos, extenuados, por el bosque que se
tornaba cada vez más oscuro.
En
el centro del bosque los árboles raleaban y dejaban ver un
páramo desolado. Tres sombras extrañas se habían reunido
allí. Un relámpago iluminó la escena por un instante y
luego la oscuridad se adueñó del lugar otra vez.
-¡Hoy
es el día en el que lo bello se convertirá en feo y
lo feo en bello, mis hermanas! Permanezcamos juntas después
de nuestros viajes. ¿Qué has hecho tú, hermana menor?
-He
liberado los vientos sobre una docena de barcos.
-¿Y
tú, hermana mayor?
-He
alimentado a los sapos que mi buen Graymalkin, el sapo
mayor, me ha traído de regalo. Son mis esclavos ahora y
soy responsable por ellos. Pero dinos, tú, hermana del
medio, ¿en qué has gastado el tiempo que Hécate te ha
cedido?
-He
ido y he vuelto. Luego he vuelto a ir y he vuelto a
volver. Pero el lugar que tantas veces he visitado es
secreto y no puedo hablar de él. ¡Silencio! Allí vienen
hombres. El primero de ellos es Macbeth, y con él
hablaremos.
Macbeth y Banquo detuvieron la marcha, sorprendidos por la
imagen de las tres hermanas.
-¿Quiénes son ustedes?- preguntó Macbeth-. ¿Están vivas
todavía o son espíritus que vagan por el mundo?
-¡Salve Macbeth! Barón de Glamis- dijo la hermana menor.
-¡Salve Macbeth! También Barón de Cawdor- dijo la
siguiente.
-¡Salve Macbeth! ¡Tú serás Rey!- dijo la mayor.
-¿Qué
han dicho?- preguntó Banquo-. Miren a mi amigo, estupefacto
ante las palabras que le han dedicado, mientras que a mí
ni siquiera una mirada me han soltado.
-¡Oh!
Discúlpanos Banquo. No serás Rey, claro está. Pero serás
mucho más feliz que tu Rey. Y finalmente tu hijo lo
será.
-¿De
qué están hablando?- dijo Macbeth-. ¿Cómo saben quiénes
somos?
Las
sombras se tomaron de las manos y comenzaron a girar
alrededor de una piedra. Luego se desvanecieron en el aire
como espíritus disueltos en la niebla. Los dos hombres,
estáticos, dudaron un instante y prosiguieron el viaje.
-Si
no estuvieras conmigo, Banquo, diría que estoy loco y que
ha sido la sangre derramada por mi brazo en defensa de
Duncan la que me ha enloquecido. Pero tú, como yo, has
visto a esas tres.
-Sí.
Las he visto y las he escuchado.
-Imagino que no tomarás en serio sus palabras.
-¿Por
qué no, mi futuro Rey?- respondió Banquo con una sonrisa.
Todo el asunto se le antojaba gracioso.
-En
todo caso, no fueron menos benignas contigo- dijo Macbeth
con la misma sonrisa-. ¡Tus hijos serán reyes!
-Lo
cual es aun más increíble. Estamos muy lejos de la línea
de sucesión. Además, ¿cómo dar crédito a lo que digan
tres sombras que tal vez solo hayan sido alucionaciones
nuestras?
-No
es posible creerles. Además, mintieron. Yo soy Barón de
Glamis, pero no de Cawdor. Ven. Sigamos caminando como si
no hubiéramos visto nada. Si mis oídos no me engañan,
por allí vienen hombres de nuestro ejército que podrán
aliviarnos con agua.
Del
otro lado del bosque surgieron seis caballeros vestidos para
la batalla pero con las espadas en sus fundas. Dos de
ellos se adelantaron hacia Macbeth y Banquo. Eran Ross y
Angus, nobles al servicio del Rey Duncan.
-El
Rey ha recibido desde el campamento las noticias de tu
victoria sobre los noruegos, Macbeth. Y nos ha enviado a
buscarte- dijo Ross.
-Planea honrarte como te mereces- agregó Angus.
-Pero
como adelanto te diremos que ya eres Barón de Cawdor.
-¿Qué? ¿Pueden las sombras diabólicas decir la verdad?-
dijo Banquo en voz baja, abriendo los ojos con incredulidad.
-¿Acaso no vive aun el Barón de Cawdor? ¿Por qué me
llaman con un título que no me corresponde?- dijo Macbeth,
contrariado con las palabras de los mensajeros.
Y
Angus respondió:
-Vive
aun, pero pronto morirá ejecutado por su traición. El Rey
te obsequiará con todas sus pertenencias en premio a tu
lealtad y sacrificio.
-Barón de Glamis. Ahora de Cawdor. ¡Y aun queda algo más
por cumplirse!- dijo en voz baja Macbeth a la vez que
cruzaba una mirada con Banquo, que permanecía en silencio.
-¿Acaso no esperas que tus hijos sean reyes?- dijo Macbeth.
-Ya
no sé qué esperar- dijo Banquo, bajando la mirada.
-No
demoremos más, nobles de Escocia. Vayamos con el Rey-
interrumpió Angus.
II
En
el castillo de Inverness, hogar durante siglos de la familia
de Macbeth, su esposa lee en voz alta una carta:
“Y
entonces, querida esposa, vinieron heraldos del Rey y
confirmaron lo que las tres brujas habían dicho. Me
nombraban Barón de Cawdor. Ahora solo queda esperar a que
el resto de la profecía se cumpla. Aunque no será tan
sencillo como parece en un principio. Cuando la batalla
terminó, fuimos con el Rey, mi primo, a su castillo de
Forres. Allí nos saludó y halagó. Sus nobles dijeron que
el anterior Barón de Cawdor había muerto con honor,
aceptando su traición y el castigo que correspondía. Luego
el Rey bajó la vista, apenado, puesto que había depositado
mucha confianza en el traidor. Pero insistió en que
celebráramos. Luego repartió honores entre sus caballeros.
Bancuo quedó dueño de las cosechas. Y yo fui nombrado
Barón de Cawdor. Pero entre todas estas buenas noticias,
hay una cuyo alcance no llego a imaginar. Su hijo Malcolm
fue nombrado Barón de Cumberland. Y ya sabes lo que eso
significa: el Barón de Cumberland, en Escocia, es el futuro
Rey. ¿Cómo es posible, entonces, que la profecía sea
cierta en una sola de sus partes? ¿Cómo Malcolm ha de
ser Rey si ese honor me ha sido prometido a mí por las
mismas hermanas fatídicas que me advirtieron que sería
Barón de Cawdor?
“No
queda más opción que dejar que hable el tiempo. De nada
sirve apresurarse en estas circunstancias. Mientras tanto he
de avisarte que Duncan ha decidido visitar cuanto antes
nuestro castillo para estrechar nuestra amistad. Por lo
tanto, es menester preparar todo para que tenga un
recibimiento acorde a las circunstancias. Enseguida de enviar
esta carta emprenderé la cabalgata hacia Inverness.
Compartiremos juntos la gloria del nuevo título y de lo
que nos ha sido prometido. Pues si he de ser Rey, entonces
tú, amada mía, serás Reina. Tuyo, con devoción,
Macbeth.”
Lady
Macbeth se acercó al candelabro que adornaba la mesa y
quemó la carta. Su rostro se tornó rojo por unos
instantes mientras hablaba en voz alta:
-¡Ay!
Amado esposo... Te conozco bien. Ansías con toda tu alma
el título que crees merecer. Pero no te atreves a hacer
lo que hay que hacer para obtenerlo. Duncan, tu primo, pues
sus madres son hermanas, te ha premiado con un gran honor
y confía en ti. Pero el Destino te ha asignado un honor
más grande. Y los hombres deben rendirse ante su destino.
¡Rendirse, sí! ¡Para ayudar a que se haga realidad!
Un
mensajero golpeó la puerta de la habitación. Lady Macbeth
sacudió los restos de la carta de su esposo hechos ceniza
y observó por la mirilla.
-¿Qué
deseas mensajero?
-Vengo a avisarle a usted que Duncan ya viene al castillo
y que Macbeth ya está aquí?
-¿Qué
dices? ¡Rápido! Dile a Macbeth que acuda a verme de
inmediato.
Los
pasos apurados del mensajero resonaron en el pasillo
empedrado. Lady Macbeth habló en voz alta frente al
candelabro una vez más:
-Duncan... tiemblan las nubes en el cielo al escuchar que
tus caballos cruzan nuestras murallas. Vienes como el mejor
de los amigos pero ignoras lo que los hados han dispuesto
para ti. ¡Espíritus del mal, los invoco! Acudan a mi
servicio ahora mismo. Quítenme esta condición de mujer
hermosa y destierren de mí toda piedad. ¡Poco ha de valer
la leche amorosa de las madres cuando se vuelve hiel! Ven
rápido, Macbeth, y déjame acelerar el curso de los hechos.
Mis pensamientos haré tuyos y será nuestra la mano que
sujete el cuchillo en el pecho del Rey.
En
ese momento se escucharon las trompetas anunciando la llegada
de Duncan a las puertas del castillo.
III
En
la larga mesa del comedor varios nobles fieles a Duncan
comían y bebían para celebrar su victoria sobre los
noruegos. Sentado al lado del Rey, su hijo Malcolm hablaba
algo con su hermano Donalbain y observaban cómo Macbeth y
Lady Macbeth parecían discutir por alguna cosa. Del otro
lado de la mesa, el noble Macduff relataba algunos
pormenores de la batalla a Bancuo, Ross y Angus. Todos
comían de los manjares dispuestos y alegraban el corazón
con el excelente licor del castillo de Inverness.
De
pronto Macbeth se levantó de su asiento, saludó al Rey
con un gesto y salió hacia las almenas. Lady Macbeth,
contrariada, salió tras él.
-¿Qué
haces?- le dijo-. Acaso no ves que es necesario disimular
nuestro nerviosismo?
-No
puedo hacerlo, esposa mía. No puedo.
-¿Qué
dices? ¿Y mis esperanzas de ser Reina?
-Es
un buen Rey. Tan noble con sus amigos como feroz con sus
enemigos. El pueblo lo quiere y lo venera. Además, yo soy
su pariente. Y por si esto no bastara, está bajo mi
cuidado en nuestro castillo. Se supone que debo protegerlo
en vez de matarlo.
-¿Entonces tienes miedo de hacer lo que deseas?
Macbeth tembló al escuchar aquellas palabras de su esposa.
Movió su mano como para estrellarla en su mejilla. Pero no
llegó a hacerlo.
-¡Miedo! ¡Tienes miedo hasta de mí!- insistió ella.
-¡Cállate de una vez! Yo podría hacer lo que cualquier
hombre. Pero esto... Además, ¿qué sucedería si fallamos?
-¿Fallar? Sabes muy bien que no fallaremos. He preparado
todo. Los aposentos del Rey están en el lugar adecuado.
Será fácil entrar y salir de ellos. El licor que les
hemos dado a los guardias durante toda la cena los hará
dormir profundamente. Nadie podrá ver lo que haremos. Solo
falta tu decisión. Pero ahora veo que flaqueas, como si ya
no quisieras ser lo que te han prometido. Como si no
quisieras que yo fuera tu Reina.
Macbeth dudó un instante y luego volvió a hablar:
-Volvamos a la sala. Ya estoy decidido a hacerlo. Pero
debemos fingir que nuestras intenciones son buenas. Nuestro
rostro no debe revelar nuestro designio.
IV
Cerca
del amanecer las campanadas surcaban el aire.
Dos
sombras se encontraron en las almenas.
-¿Qué
haces, hermana del medio?
-¿Responde a tu misma pregunta tú primero, hermana menor?
-He
venido porque hermana mayor me ha enviado a ver qué
ocurría con Macbeth.
-Pues
has llegado tarde. Ya todo ha sucedido.
-Entonces nuestra hermana mayor se enfadará.
-No
tanto. Si lo deseas, yo puedo contarte lo que he visto.
-Adelante. No demores más.
-Macbeth y Lady Macbeth agazajaron al Rey Duncan con sus
mejores galas. El banquete fue un éxito. El Rey decidió
proceder liberalmente con los ayudantes y los cocineros y a
todos les ofreció muy buenos regalos. Incluso le dio un
diamante labrado a Lady Macbeth como prueba de su
beneplácito. Luego se fue a dormir acompañado de sus
guardias.
-Entonces nada malo sucedió.
-Lo
mejor está aun por llegar, querida hermana. Porque Lady
Macbeth vertió una sustancia en las bebidas de los guardias
de Duncan. Luego fue a dar el aviso a su esposo, quien
salió apresurado de su habitación. Tan apresurado que
extravió el camino hacia la habitación de Duncan y se
encontró cerca del patio con Bancuo. Pude escabullirme por
entre las ramas de aquel abeto para escuchar lo que
hablaron.
-¿Y
qué se dijeron?
-Todo
fue muy extraño. Macbeth le dio a entender a su fiel
amigo que era posible aun más honor y más gloria si
alguna vez estaba dispuesto a obtenerla. Bancuo dijo que
estaría dispuesto con la única condición de que ese honor
y esa gloria nuevos ni significaran un menoscabo en los
que ya tenía. En otras palabras, le dijo que por las vías
naturales aceptaría el consejo de Macbeth y su oferta.
Pero que no estaba dispuesto a llegar a extremos indignos.
-¿Y
qué le dijo Macbeth?
-Nada. Simplemente lo despidió hasta la mañana. Luego
encontró de nuevo el camino hacia las habitaciones de
Duncan. Parecía un loco perdido en sus delirios. Iba
hablándole a una sombra. La sombra del puñal que debía
utilizar para acabar con Duncan. Hasta que apareció Lady
Macbeth y le entregó los puñales verdaderos. Luego ella lo
dejó solo. Los guardias dormían a pata suelta cuando
Macbeth entró a la habitación de Duncan. Al cabo de un
rato salió de allí con los puñales ensangrentados en sus
manos. Se encontró en uno de los pasillos con Lady
Macbeth, quien se los arrebató. Luego ella los dejó entre
los brazos de los guardias, que de nada de esto se
enteraron. Ya todo estaba hecho.
-¿Y
tú no has gritado para impedir tal infamia?
-Sabes mejor que yo que mis gritos no habrían impedido
nada. Nuestro poder termina en nuestras visiones, hermanita.
-¿Y
ahora? ¿Qué esperamos aquí?
-Que
amanezca. Mira: ya vienen los primeros rayos desde el
oriente y si mis ojos no me engañan, aquel que cabalga
hacia el castillo es Macduff. Viene a despertar al Rey.
-Que
me aspen si logra despertarlo del sueño eterno en el que
los cuchillos de Macbeth lo han precipitado.
-¡Mira hermanita! Macduff saluda a Bancuo y por allí viene
Macbeth, vestido con su ropa de cama, como si nada hubiera
pasado.
-¡Es
cierto! ¡Ahora Macduff entra en la habitación de Duncan!
¡Oh! ¡Déjame cerrar los ojos! No quisiera ver su cara
cuando descubra que el Rey ha muerto asesinado.
-Ahora Macduff sale y busca a Macbeth. Macbeth entra en la
habitación y finge sorpresa. Luego corren por el pasillo.
Alguien pide que toquen las campanas a rebato. Por allá
viene Lady Macbeth y también finge sorprenderse, por las
campanas primero, luego por los hechos sucedidos en su
propio castillo. ¡Qué grandes actores! Han engañado a lo
más granado de los nobles de Escocia con su actuación.
-Macbeth va hacia los guardias y los despierta. Aun tienen
los cuchillos en las manos. Los hace llevar a la mazmorra
sin que puedan decir nada en su defensa.
-¡Mira, hermana! Son Malcolm y Donalbain, los hijos de
Duncan. Conversan solos en un apartado. Creo que hablan de
huir. Dicen que no están seguros en el castillo de
Inverness. El mismo que mató a su padre seguramente irá
contra ellos. ¡Escucha! ¡Escucha bien!
-Eso
hago, hermana. Mis oídos son mejores que los tuyos. Malcolm
irá a Inglaterra y tratará de convencer al Rey Eduardo
de que le de refugio. Donalbain cabalgará hacia Irlanda.
¡Vaya! Es una buena idea de los hermanos el separarse. Si
algo malo le ocurre a uno de ellos, el otro siempre podrá
vengarlo.
-¡Míralos! Ya se van hacia las caballerizas sin que nadie
los advierta. No se han detenido con nadie. En nadie
confían más que en ellos mismos.
-¡Pobres huérfanos, herederos de un trono sangriento! Que
el destino los ayude. Mientras tanto allí viene Macbeth.
¿Qué ha hecho con los guardias? ¡Los ha ejecutado
sumariamente! Le explica a Macduff por qué lo ha hecho.
Alega que ellos negaron todo en su propia cara y con los
puñales aun humeantes. ¡Qué sangre fría tiene este
hombre! ¡Ha matado bajo una falsa acusación a quienes él
sabe mejor que nadie que son inocentes!
-¡Y
mira, hermanita! Los dedos acusatorios señalan las almenas.
Desde ellas aun pueden verse los caballos en los que
Malcolm y Donalbain huyen. Y las voces son todavía más
acusatorias que los dedos. Ahora todos lo dicen: ¡ellos han
mandado a matar a su propio padre! ¿Por qué otra razón
huirían de ese modo?
-Y
ahora, al terminar la mañana, el golpe final: todos los
nobles rodean a Macbeth. Todos lo señalan. Lo eligen Rey y
le piden que vengue la muerte de Duncan.
-¡Ah!
¡Qué ironía, hermana! Las cosas han salido mejor de lo
que muchos han creído.
V
Después de convertirse en Rey Macbeth trasladó su corte al
palacio de Forres, el hogar de los reyes que le había
arrebatado a Duncan y a sus hijos. Pero no todo había
sido tan grato como dijeran las brujas. Las visiones lo
atormentaban todas las noches, impidiendo su sueño. Lady
Macbeth organizó un banquete para que el Rey volviera a
sentirse halagado y le había aconsejado comportarse con
generosidad con sus súbditos.
Bancuo, el que había sido una vez su amigo, intentaba
evitar su presencia. “Los espíritus oscuros han sido muy
claros”, pensaba. “Macbeth es Rey pero sus hijos no
heredarán jamás el trono. Si lo que han dicho es cierto,
mi hijo Fleance será el heredero. Pero, ¿por qué no yo?”
Estos
pensamientos lo agoviaban. Se sentía en peligro. No había
otra salida: tenía que huir del palacio de Forres con su
hijo antes de que Macbeth sospechara que ya no confiaba en
él.
Se
dirigió a las caballerizas del palacio y solicitó que le
prepararan dos caballos para después del mediodía. Macbeth,
desde una ventana, seguía sus pasos sin que Bancuo pudiera
verlo.
-¿En
qué piensas, mi Rey?- dijo Lady Macbeth desde la puerta
de la habitación real.
-Mira
con tus propios ojos, mi Reina. Ese de allí es Bancuo.
Presiento que prepara su huida. Él fue testigo de las
palabras de las brujas y tal vez ya sospeche que me he
dejado ganar por la codicia.
-¿Y
qué harás al respecto? Tiemblo de pensar en...
-Mejor que no lo sepas. Mantén tus manos limpias de la
sangre que corre por las mías. No quieras participar de lo
que habrá que hacer.
-Mis
manos están tan rojas como las tuyas, mi Rey. Pero es
verdad. No quiero saber nada más. Lo hecho, hecho está, y
ya con eso me es más que suficiente.
-Vete
a tus habitaciones y pídele al viejo médico que te
asiste que te calme los nervios con algunas hierbas. Luego
trata de descansar. De aquí en más eres libre de todo lo
que suceda.
-Eso
haré, mi Rey.
Macbeth hizo una seña a uno de los hombres de las
caballerizas. Al poco rato el hombre era detenido por los
guardias en la puerta de la habitación del Rey.
-Déjenlo pasar- indicó Macbeth-. Viene bajo mi comando.
Los
guardias dejaron al hombre que de inmediato se introdujo en
la habitación.
-¿Qué
desea Su Majestad?
-Te
he visto hablar con Bancuo. Dime qué te ha dicho.
-Bueno... he jurado consrvar el secreto de su pedido, pero
supongo que si el mismo Rey me solicita que rompa un
juramento, mi pecado no será tomado en cuenta por el Dios
sobre el que he jurado.
-¡Basta de sandeces! Dime de una vez qué han hablado.
-El
noble Bancuo ha solicitado dos caballos para esta tarde.
Pidió los dos mejores. Piensa cabalgar un buen trecho.
-Con
que ese es su propósito, tal como lo suponía. ¿Y eso es
todo?
-Juro
por Dios que sí, mi Rey.
-No
jures más, por todos los cielos. ¿Te atreves a invocar a
Dios un minuto después de haber quebrantado otro juramento?
A propósito, debes saber que conozco tu historia. Y no es
para nada una buena historia. Si he consentido en mantenerte
a mi servicio en este palacio es porque espero, en alguna
ocasión, beneficiarme de lo que bien sabes hacer.
-¿A
qué se refiere Su Majestad?
-Sé
que eres un asesino profesional y que has enviado al otro
mundo a más gente que la que eres capaz de recordar. Por
estas razones, evitémonos los rodeos de una vez. Necesito
que vayas tras Bancuo y su hijo y los mates a ambos.
-Bancuo es un buen guerrero, Su Majestad. Y su hijo, aunque
aun joven, también lo es. No es un trabajo para un solo
hombre.
-Hazlo como creas conveniente. Lo importante es que yo salga
limpio de todo este asunto. ¿Entiendes lo que quiero
decir?
-Perfectamente, mi Rey.
-Luego de que hayan realizado el trabajo serás bien pagado
y podrás alcanzar alguna otra dignidad. Pero recuerda: nadie
debe saber que yo estoy tras este plan.
-Ya
puede contar con ello, mi Rey.
VI
Esa
noche el banquete tuvo lugar en los amplios salones de
Forres. Pero no había ánimo de fiesta sino de
preocupación. Ross y Angus hablaban al lado de una de las
columnas que sostenían la bóveda de la sala.
-Los
tiempos han cambiado- dijo el primero.
-Así
es- acordó el segundo-. Me pregunto qué debemos hacer
nosotros.
-¿A
qué te refieres?
-A
si tendremos valor para hacer lo correcto o simplemente
iremos hacia donde el viento sople.
-No
es una decisión que pueda tomarse de forma apresurada. Mi
sugerencia es que estudiemos mejor las circunstancias. Mira,
si no, lo que ha sucedido con Macduff, tan heroico como el
mismísimo Macbeth en los campos de batalla escoceses. Es
evidente que algo sospecha y no ha venido al banquete a
pesar de que su nuevo Rey le extendió las invitaciones del
caso. Y ahora las miradas del tirano y sus lacayos irán
directamente hacia él.
-¿Te
atreves a llamar tirano al nuevo Rey? Por eso es capaz de
ajusticiarte con sus propias manos, Ross.
-Negaré haberlo llamado así ante quien sea necesario,
Angus. Además, ahora solo tú me escuchas. Y en honor a
nuestra amistad de tantos años, y a la amistad de nuestras
familias espero que no sueltes la lengua.
-Las
amistades ya no son lo que solían ser. ¿Quién era el
mejor amigo de nuestro nuevo Rey?
-Bancuo, sin dudas.
-¿Y
acaso lo ves aquí?
-Tienes razón. Me pregunto cómo justificará su ausencia si
hasta esta mañana estaba con nosotros.
-Hay
quienes lo han visto salir con su hijo a caballo hacia los
bosques.
-¿Con
qué propósito?
-Imposible saberlo. Pero convendrás conmigo en que el asunto
es intrigante. Veremos cómo se resuelve. Mientras tanto,
que nuestros rostros no revelen el alcance de nuestras
sospechas ni lo que hemos hablado ahora. Finjamos que nos
sentimos a gusto con todo lo que se nos obsequia.
Aprovechemos la liberalidad del Rey y observemos hacia dónde
va el viento, ya sea que debamos seguirlo o que decidamos,
llegada la ocasión, oponérnosle.
Del
otro lado de la sala Macbeth y su esposa observaban el
movimiento de los sirvientes y del resto de la concurrencia.
-Este
salón vio mejores fiestas- dijo Lady Macbeth.
-No
tienes por qué recordármelo. Pronto, cuando nuestros asuntos
estén por fin resueltos, la alegría volverá a este
palacio y a todo el reino.
Un
hombre vestido con ropas vulgares hizo una seña a Macbeth
desde detraś de los cortinados. El Rey se excusó ante su
esposa y los concurrentes y salió hacia el arco que daba a
la muralla. El hombre de las caballerizas surgió desde la
oscuridad.
-¡Dime de una vez que todo ha resultado como te he
indicado!- ordenó Macbeth.
-A
tal respecto, Mi Rey, el recipiente está en su justa
mitad. El camino ha sido recorrido hasta su punto medio.
-¡Basta de rodeos y dime lo que sucedió!
-Cabalgamos tres de nosotros...
-¿Tres? ¿Esa es tu idea de la discreción?
-Tres
sirvientes leales a usted, mi Rey.
-Continúa.
-Seguimos a Bancuo y a su hijo por el bosque y luego por
una llanura y después otro bosque. Cuando nos pareció que
estábamos a resguardo, nos adelantamos y le tendimos una
celada. Los cercamos en la penumbra del crepúsculo y los
asaltamos. Bancuo luchó como un verdadero león. Su espada
se balanceaba de un lado al otro y se llevó con su
arrojo la vida de uno de los que me acompañaban.
Finalmente, con un golpe afortunado, lo derribé. Una vez en
el suelo, mi espada y la de mi ayudante le perforaron el
pecho.
-¡Bien hecho! ¡Así se habla! Pero continúa.
-Bien... esa fue la parte llena del recipiente, mi Rey.
Porque mientras tanto el joven Fleance, siguiendo las
instrucciones de su moribundo padre, desapareció de nuestra
vista y ya no pudimos seguirlo.
-¡Maldición! ¡Es que acaso no pueden hacer una sola cosa
bien! ¡Pagarán con sus vidas por este error!
-En
cuanto a eso, mi Rey, debo prevenirle de algo. He tenido
la precaución de enviar a mi cómplice lejos del palacio
con instrucciones de revelarlo todo si algo malo me
sucediera.
-¡Vete de aquí, traidor! Mañana veré qué hacer contigo.
Macbeth se recostó sobre la columna y respiró
profundamente. De pronto fue como si se desvaneciera. Como
si sus fuerzas lo abandonaran. Cuando su esposa llamó a la
mesa, avanzó por el salón hacia la parte principal, donde
los asientos de los nobles habían vuelto a ser ocupados.
Lady Macbeth notó de inmediato la turbación de su esposo,
que ahora hablaba con sombras que se le aparecían.
-¡Miren todos!- balbuceaba-. Miren cómo ese espíritu nos
observa. ¡Tú! ¡Te atreves a venir a mi morada en esa
forma fantasmal!
-¿Con
quién habla?- dijo Ross en voz baja a Angus.
-¡Tú,
infame! ¿Cómo has llegado hasta aquí tan rápido si
apenas has muerto hace algunas horas? ¿Qué pretendes
apareciéndote así?
-Deberán disculparlo, nobles de Escocia. El Rey hace tiempo
que sufre de alucinaciones- dijo Lady Macbeth-. Se trata de
una condición familiar. Al cabo de un momento de descanso
se le pasará y todo volverá a la normalidad.
-¡Malditos tú, tu hijo y todos esos reyes que te empeñas
en presentarme y que vienen en procesión detrás de tu
hijo! ¡Sobre mi cadáver reinarán!
-Todo
esto es muy inusual- dijo Angus-. ¿De qué reyes habla?
¿Reyes del pasado o de un tiempo que aun no ha llegado?
-Lo
que ve- dijo Ross en voz baja-, o mejor dicho, lo que
cree estar viendo, seguramente son los reyes que le
sucederán. Pero el Rey y la Reina no tienen hijos. Me
pregunto de dónde saldrán entonces.
-¡Basta!- interrumpió Lady Macbeth-. Por favor, fieles
nobles de esta patria, dispensen a su Rey y continúen con
el banquete. Más tarde llegará la música y las historias
de enamorados que tanto les placen. Buena comida habrá
siempre. Yo lo llevaré a sus aposentos para que pueda
recuperarse y, si le es propicio, volver más tarde. Aunque
no lo esperen para el plato principal. Hagan de cuenta que
están en su propio castillo.
Y el
Rey y la Reina desaparecieron tras los cortinados.
VII
Lady
Macbeth finalmente logró calmar a su esposo y dejarlo en
la cama. Ya era pasada la medianoche. La penumbra de los
pasillos de Forres, las escaleras estrechas, los candiles
gastados, los ruidos de los animales nocturnos que habitan
en los muros y las paredes, todo aquello, sumado a las
alucinaciones de su esposo, le había provocado un miedo
atroz. Poco antes de caer en el sueño, Macbeth la vio
dirigirse una y otra vez al lavatorio, mirándose las
blancas manos con asco, como si hubiera algo en ellas.
¿Algo
como qué?
A
Macbeth le pareció escuchar que su esposa decía:
-¡Sangre! ¡Mis manos también están llenas de sangre!
No
cabía duda: ambos estaban enloqueciendo.
La
luz de la mañana suele traer reposo a los terrores
nocturnos y alivio a las almas atribuladas. Macbeth ordenó
que le prepararan un caballo. Al poco rato podía vérselo
cabalgando hacia las colinas que se extendían entre Forres
y el campo de batalla donde se había cubierto de gloria
algunas semanas antes. Al divisar un bosque se dirigió
hacia él sin dudarlo. No demoró en encontrar el páramo
en el que había visto a las brujas por primera vez,
cuando junto a Bancuo regresaban victoriosos del combate.
Pero
no las encontró allí.
Al
poco rato de buscarlas de forma infructuosa se resignó a
quedar sin su consejo. De improviso, al regresar hacia las
colinas, escuchó algunas voces provenientes de una cueva.
Entró con cautela y vio tres sombras como espectros que se
abalanzaban sobre un caldero hirviente.
-¡Al
fin las he encontrado!- dijo-. Pensé que ya no las vería
más, espectros infernales.
-¿Cómo te atreves a llamarnos espectros? Si pudieras tocar
nuestros brazos verías que son firmes. Y nuestras piernas.
Y luego nuestras cabezas. Nuestros hombros. Todos tan buenos
como los de cualquiera.
-¿Entonces por qué la primera vez que nos encontramos se
desvanecieron en el aire sin terminar de contestar mis
requerimientos?
-Solo
obedecemos los requerimientos de quienes nos instruyen.
Comenzando por Hécate, a quien no puedes ver.
Un
estremecimiento frío corrió por la espalda de Macbeth. Pero
lo que en un principio fue miedo rápidamente se transformó
en ansias.
-Quiero hablar con los espíritus que las gobiernan- dijo.
-El
asunto- dijo una de las hermanas- es que ellos también
quieran hablar contigo.
-Convóquenlos de una vez y veremos.
-Sí.
Veremos si su deseo es manifestarse o permanecer más allá
del tiempo, lejos de nosotros.
-Uno
es el círculo exterior- dijo la hermana mayor lanzando una
piedra al caldero.
-Dos
es el círculo interior- respondió su hermana del medio.
-Y
tres es el punto en el centro de los círculos- dijo la
menor. Y luego todas juntas, tomadas de la mano y girando
alrededor:
-Uno,
dos y tres. Arriba, abajo y al centro: ¡espíritus de las
sombras! Hay aquí un hombre que desea ser visitado por
ustedes. No promete nada en agradecimiento a quien te
convoque. Solo exige, como los niños pequeños. Pero eso no
quiere decir que, llegado el momento, no se comporte con
generosidad. Preséntense ante el Rey Macbeth, a quien
ustedes mismos precipitaron en el trono del que ahora se ha
ausentado para venir aquí.
Macbeth se acercó al caldero y observó cómo los tres
círculos concéntricos giraban en direcciones opuestas. Luego
sus ojos se cerraron y cayó desvanecido al pie del fuego.
Las tres hermanas se apresuraron a socorrerlo y lo tendieron
sobre una manta.
-¿Qué
le sucede?- preguntó la hermana menor.
-¿Acaso no lo ves ante tus propios ojos?- respondió la
del medio-. Sueña. Sueña plácidamente.
-Ya
lo creo- dijo la mayor-. Y ojalá termine pronto.
-No
es agradable tenerlo aquí.
-No.
No lo es. Traicionó a sus amigos por su desmesurada
ambición. Bien podría traicionarnos a nosotras. Ni siquiera
sabe nuestros nombres.
-Nosotros tampoco los sabemos, querida hermana. Además,
estamos fuera de su alcance. Al menos eso es lo que
creemos.
-¡Mírenle sus manos! ¡Se tornan rojas!
-Es
el reflejo del fuego, tonta.
-Mírenlo de nuevo. Parpadea.
-Ya
despierta.
-Ha
sido un sueño breve.
Macbeth se alzó apurado y luego corrió hacia fuera. A
galope tendido cruzó las colinas y llegó a Forres. De
inmediato envió por su esposa.
VIII
Lady
Macbeth parecía la sombra pálida de una estatua alargada
por el atardecer. Recostada a una pared escuchaba el relato
de su esposo.
-Luego debo haber caído en trance- continuaba Macbeth-. Y
allí es donde todo se vuelve interesante. Pero, ¿quieres
realmente escucharlo? No quisiera abrumarte con esta increíble
historia. Podría hacer que tus nervios padezcan de nuevo.
-Mis
nervios, por ahora, están en su lugar. Continúa si es que
te place hacerlo.
-Durante el sueño fui visitado por varios espíritus. Todos
tenían forma distinta. El primero de ellos era una enorme
cabeza con un yelmo que me pareció familiar pero que no
logré identificar. Su mensaje fue por demás claro: “Cuídate
de Macduff, el barón de Fife”.
-¿Macduff? Siempre fue un caballero fiel a su linaje y a
sus señores. Heroico en batalla. ¿Por qué habrías de
cuidarte de él?
-No
olvides que no ha venido a nuestro banquete. Y su relación
con Duncan y sus hijos era muy cercana. No es de extrañar
que prepare una traición.
-Aun
así, ten cuidado de lo que haces con él. Tiene a su
cuidado esposa e hijos.
-Tanto mejor. Pero déjame que te hable de la segunda
aparición: un niño con el cuerpo ensangrentado. Su mensaje
es de lo más enigmático: “Abusa, hiere, mata, pues no
debes temer al poder de los hombres; nadie nacido de mujer
podrá hacerte mal”.
-Entonces, si nadie nacido de mujer podrá hacerte mal, te
librarás de la principal causa de muerte de los hombres
jóvenes: los otros hombres. ¡Deja en paz a Macduff y a
todas sus conspiraciones y vive tu gloria!
-Y
luego vino un tercer espíritu. Un joven Rey de otra época.
-¿Pasado o futuro?
-No
sabría decirlo. En sus manos portaba una rama y en su
frente de niño estallaba en luz la diadema de la
coronación. Y esa luz hizo que no pudiera identificar su
rostro.
-¿Y
cuáles fueron sus palabras?
-Las
más hermosas que puedan escucharse en los reinos de los
hombres: “Macbeth”, dijo, “debes ser intrépido como una
fiera cuyos cachorros estén en peligro. No debes ahorrar
en crueldad ni fijarte en miramientos, pues no has de caer
hasta que el bosque de Birnam ascienda al castillo de
Dunsinane”. Mi alma se tranquilizó un poco con estas
predicciones, pero de inmediato volvió la desazón.
-¿A
qué te refieres, amado esposo?
-Nuevos espíritus fueron convocados. Ocho de ellos vestían
las ropas de los reyes y los precedía un espíritu que he
visto otras veces...
-¿Otro espíritu? ¡Bancuo!
-¡No
digas su nombre! Pero debo reconocer que tienes razón. Y
su hijo. Y el hijo de su hijo. Y la cadena terminaba en
el octavo eslabón, que portaba tres cetros.
-¡Tres cetros! ¡Eso quiere decir que gobernaba sobre tres
reinos! Malas noticias para nosotros, Macbeth. Pero no me
fatigues más con estas ocurrencias de la oscuridad. Déjame
que yo tengo mis propios pensamientos para fatigarme. Si me
lo permites, iré a descansar.
-Vete, sí. Pero no me dejes solo en esto.
-Ya
es tarde, esposo mío. Ve tú también a descansar.
IX
Pero
Macbeth no descansó esa noche. Atribulado por sus
pensamientos, no cesaba de imaginar soluciones a sus
crecientes males. Luego de un par de horas en soledad
convocó de nuevo a los asesinos de Bancuo y mantuvo con
ellos un largo coloquio.
Luego
tres caballos partieron hacia Fife, lugar donde se alzaba
esplendoroso el castillo de Macduff. Como los tres llevaban
el permiso real no fueron detenidos en la entrada. Pero no
dejaron, como es uso, sus monturas en la caballeriza sino
que las sujetaron a las rejas de una de las entradas, como
si lo que tuvieran que hacer no fuera a demandarles mucho
tiempo.
Días
después, en Inglaterra, dos nobles escoceses de alta
jerarquía hablaban en un tono de amplia confianza sobre lo
que sucedía en su amada Escocia. Eran Macduff, caballero de
renombre, y Malcolm, hijo del traicionado Duncan y hermano
de Donalbain.
-Es
una enorme alegría que tú, fiel servidor de mi padre, te
hayas dado cuenta de la trampa que Macbeth tendió sobre
nosotros y nuestro padre- dijo Malcolm.
-El
mismo tirano se encargó, a los pocos días de iniciado su
reinado, de ir espantando a sus propios amigos. Nunca fuimos
cercanos pues siempre vi en su semblante indicios de un
carácter débil que se empeña en parecer fuerte. Pero
ahora ha ido demasiado lejos. Dicen, y es bueno creerlo
porque se trata de personas de confianza, que ha llegado a
matar a su amigo Bancuo porque éste había descubierto sus
planes contra Duncan.
-Tengo algo que proponerte, noble Macduff. ¿Quieres
escucharlo con atención?
-Adelante. Soy todo oídos.
-Debemos combatir a Macbeth y tal vez debamos usar sus
propias armas.
-No
entiendo.
-Este
hombre es malvado y tiránico algunas veces, y otras es
salamero y traidor. Entonces debemos ser como él. Te
propongo regresar a su lado, intenta ganar su confianza y,
cuando finalmente lo hayas hecho, allí cobraremos venganza.
¡Le pagaremos con la misma moneda con la que él pagó la
confianza de nuestro padre!
Macduff frunció el entrecejo y comenzó a menear la cabeza.
-¡No!
¡No puedo aceptar esa petición! ¡Convertirme en lo que
él mismo es para ajusticiarlo! ¡Jamás! Prefiero liderar un
ejército de un solo hombre contra el tirano antes que
convertirme en algo parecido a él. Con su permiso,
Majestad, voy de regreso a Escocia. Si sus planes para
conmigo cambian y son honorables, usted sabe dónde
encontrarme.
-¡Detente, Macduff!- dijo Malcolm-. Es preciso que sepas que
todo lo que he dicho antes ha sido solo para probar la
calidad de hombre que eres. Tenía que saber si aun
conservas tu honor o si ya lo habías vendido al bajo
precio de la vana gloria. Perdóname por exponerte a esta
trampa, pero ahora veo claramente que si he de confiar en
alguien, ese alguien eres tú, querido amigo de mi padre y
mío propio.
En
ese momento unos golpes azotaron la puerta de la habitación.
-Es
el caballero Ross- anunció el guardia-. Trae novedades de
Fife, según manifiesta. Y son urgentes.
-¿De
Fife?- dijo Macduff-. ¿De mi propio castillo? ¡Pero si mi
viaje a Inglaterra ha sido secreto!
-Háganlo pasar- dijo Malcolm.
Ross
entró y se inclinó ante Malcolm, como era costumbre, y
ante el otro caballero. Cuando reconoció a Macduff su
rostro empalideció y se arrojó a sus pies.
-Noble Macduff- comenzó balbuceante-, no esperaba verte aquí.
He venido de forma discreta para contarle las desgracias de
tu familia a Malcolm, legítimo heredero del trono de
Escocia, pero ahora no tengo otra salida que referirlas ante
tus propios oídos.
-¿Desgracias? ¿De qué hablas? ¿O acaso...?- comenzó
Macduff-. ¿Acaso lo que tanto he temido ha sucedido
finalmente?
-No
sé qué es lo que has temido, pero difícilmente eso sea
más terrible que lo que voy a relatarte.
-Pues
hazlo de una vez- ordenó Malcolm-. ¿No ves acaso que
este hombre desfallece a cada instante?
-Es
que lo que voy a contarles no es algo que pueda ser
contado con palabras sencillas. Pero iré directo al grano.
La noche era oscura y dos hombres golpearon la puerta del
castillo. Venían con instrucciones del Rey Macbeth, según
dijeron. Y como Lady Macduff no había sido instruida del
todo en las sospehas que se ciñen sobre el rey, no objetó
su entrada y les permitió ingresar y pernoctar en el
castillo. Al otro día...
-¿Al
otro día qué?- rugió Macduff.
-No
sé cómo decirlo, noble caballero, pero al otro día tu
amada esposa amaneció muerta,
-¿Muerta? ¡No!
-Muerta, noble Macduff. Y eso no fue lo peor.
-¿Qué
dices? ¿Acaso insinúas que...?
-Tu
hijo, aquel tierno infante que hasta hace unos días jugaba
en tu falda, corrió la misma suerte que su madre.
Macduff cayó abatido sobre el primer asiento que encontró.
Tomó su rostro con las manos y lloró amargamente por la
suerte de los que más amaba.
-Nunca debí dejarlos solos- dijo en voz alta. Malcolm
acudió a consolarlo y lo tomó de los hombros. Macduff lo
miró a los ojos sin poder decir palabra.
-Tu
pérdida es irreparable, noble Macduff. Ningún padre debería
atravesar por este momento. Pero te ayudaremos a enontrar
la templanza para que puedas vengar lo que te han hecho.
-¿Vengar? Pero Macbeth no tiene hijos...
-Tu
corazón está enturbiado con funestas noticias. Descansa
ahora, que pronto partiremos hacia nuestra tierra. La
liberaremos de las garras del tirano.
X
Tres
semanas después Macbeth departe en el castillo de Dunsinane
con dos soldados que han llegado del bosque de Birnam.
-¿Cuándo llegarán los traidores al bosque?- preguntó
Macbeth.
-Mañana a la mañana- contestó el primer soldado-. Los
hemos visto avanzar y junto a ellos vienen muchos nobles
ingleses. A su paso por los campos, muchas familias que
habían jurado lealtad a Vuestra Majestad se les unen sin
reclamar nada para sí.
-¿Y
ustedes? ¿Han pensado también en traicionarme uniéndose a
los que ya lo han hecho?
-De
ningún modo- mintió el segundo soldado, que ciertamente
había tenido aquella idea más de una vez.
-¿Cuántos son?
-Se
cuentan por cientos. Tal vez miles. Gran cantidad a caballo.
Pero muchos más de a pie.
-Vayan a sus puestos y estén listos para el combate. Todos
los hombres desponibles deben presentarse en el castillo
antes del atardecer. Y por mi honor les juro: nada hay que
temer. Solo nos vencerán cuando el bosque de Birnam suba
por la colina hacia el castillo, o sea, nunca.
Los
soldados apuraron el paso hacia la puerta y se cruzaron con
el médico de Lady Macbeth.
-¿Cómo está ella?- preguntó el esposo.
-Empeora a cada momento, Su Majestad- dijo el médico-. Sus
delirios no la dejan alimentarse y a cada paso pierde
fuerzas. Ahora yace en su lecho y sinceramente dudo de que
pueda levantarse de nuevo.
-¡Pobre mujer! ¡A qué especie de infierno la he
arrastrado! Aunque ella también ha sido responsable de su
propia suerte. No puedo dejar de compadecerle, pero a la
vez pienso que cada uno labra su destino.
-No
entiendo a qué hace referencia Su Majestad con esas
palabras- dijo el médico.
-Ni
hace falta que lo hagas- respondió Macbeth irritado-. Ve
con mi esposa de nuevo y si reclama por mí dile que
estoy resolviendo estrategias para la inminente batalla y en
cuanto salgamos victoriosos de la defensa de Dunsinane, iré
con ella a mostrarle las cabezas cercenadas de los traidores
a Escocia.
-¡Menudo regalo!- masculló el médico.
-¿Qué
dices?
-Nada, Vuestra Majestad. Simplemente me he atorado. Con
vuestra anuencia, me retiro a cumplir con las instrucciones
que me has impartido.
-¡Vete de una vez! Déjenme solo.
XI
Al
otro día, desde las almenas de Dunsinane, Macbeth observaba
el bosque y pensaba en las palabras del espectro. No había
descansado un solo minuto y tal vez por eso le parecieran
extraños los movimientos que creía ver en la copa de los
árboles.
-¿Acaso no ven cómo se mueven aquellos árboles?- le
preguntó a uno de los soldados que lo acompañaban.
-¿Árboles que se mueven?- dijo el otro, incrédulo. ¡Un
momento! ¡Sí! Tal vez sea el viento que los agita.
-No
es posible- dijo Macbeth-. Aquí no hay viento. Además esos
árboles se mueven en nuestra dirección. Todo parece
volverse real. ¡Vamos! ¡Al combate! Ya estoy hastiado de
todas estas dudas y todas estas largas inertidumbres que
padecemos. Salgan todos a combatir con el ejército de
Malcolm y Macduff. Que no quede un solo hombre en el
castillo. ¡Miren, allí! Comienzan los primeros avances del
enemigo. Pero... ¿cómo han podido llegar tan lejos sin que
los vigías los advirtieran? Miren: los árboles que se
movían son hombres que portan ramas para cubrirse y
ocultarse. ¡Así es que han avanzado!
-¡Es
como si el bosque avanzara hacia nosotros, Alteza!
-¡Calla! En tus palabras reconozco las del espectro.
-¿De
qué espectro habla, Majestad?
-De
nada que les interese. ¡Corred abajo! ¡A defender el
castillo hasta que no quede un solo hombre!
Los
soldados se apuraron a salir. Pero al llegar al campo de
batalla, viendo perdida la razón del Rey, bajaron sus
espadas y las entregaron a los nobles de Macduff y Malcolm.
-¿Dónde está vuestro Rey?- dijo Macduff-. Contesten ahora
o no obtendrán la clemencia que han venido a buscar.
El
primer soldado habló sin reparos:
-Está
en el castillo, en las almenas cerca de su habitación.
Todo el tiempo habla de cosas incomprensibles, como alguien
a quien se le ha extraviado el pensamiento.
-Es
la culpa por los actos infames que ha cometido- dijo Ross
a Macduff-. Yo reconozco a estos soldados. Son quienes han
dado muerte a tu esposa y a tu hijo, Macduff.
Ajusticiémoslos aquí mismo.
-¡No!
Espera. Devuélvanles las espadas que han entregado.
-Pero...
-Devuélvanselas. Y ustedes, innobles traidores y asesinos,
empuñen esas espadas y vengan a mí.
Los
otros nobles formaron un círculo en torno a los tres
hombres armados. Los dos soldados se miraron y lanzaron una
sonrisa socarrona. Luego emprendieron la carrera hacia Macduff
con las espadas en alto. Cuando iban a lanzar el doble
golpe, otra espada se les interpuso. Era la de Malcolm que,
conmovido por el gesto noble de Macduff, irrumpió en su
ayuda sin que éste pudiera negarse. Los dos soldados no
fueron rivales para los dos nobles caballeros. Luego de unos
cruces en los que las espadas sonaron como truenos en la
noche, Macduff y Malcolm atravesaron los cuerpos de los
traidores.
Después de terminado el duelo, Malcolm saludó a Macduff y
le señaló el castillo.
-Te
ayudé hasta aquí, noble Macduff, el más fiel de los
servidores de mi padre. Pero ahora seguirás solo. Allí
arriba habita quien te ha dejado sin lo que más querías
en el mundo. No te despojaré de la justicia que tú mismo
debes impartirle. Y si acaso no le vences en combate,
debes saber que igualmente le venceremos nosotros. Ve con él
y que sea lo que Dios quiera.
XII
Desde
las almenas, solo, Macbeth observó todo el combate de sus
soldados contra Macduff y Malcolm.
-Ahora vienen a por mí- dijo en voz alta-. Pero nada he
de temer pues ningún nacido de mujer podrá hacerme daño.
Todo esto no es más que un inconveniente indeseable que
superaré de inmediato.
Alguien golpeó la puerta de la habitación.
-¿Quién se atreve a molestarme en un momento así?
-Soy
el médico.
-Adelante. ¿Qué tienes que anunciar?
-Malas noticias, Su Alteza.
-Ninguna podría ser peor que lo que está pasando fuera
del castillo.
-Esta
tal vez sí. Es sobre Lady Macbeth.
-¿Qué
ha sucedido con ella?
-Está
a punto de morir y clama por la presencia de su esposo.
-Pues
su esposo no puede acompañarla en este momento. Ve rápido
con ella y consuélala haciendo que pase lo mejor posible
de esta vida a la otra.
-Pero...
-¡Vete! ¡Vete ya que yo tengo mis propias angustias!
El
médico se perdió rápido por el pasillo y Macbeth bajó
corriendo hacia el patio del castillo blandiendo su espada.
Allí se encontró con un joven de la primera fila de
soldados fieles a Malcolm que había entrado recién por
encima de la muralla.
-¡Prepárate a morir, joven Siward!- dijo Macbeth.
-¿Cómo me has reconocido?- preguntó el otro.
-En
tu rostro veo los rasgos traicioneros de tu padre.
-¡Tú,
que traicionaste a Duncan en tu propio castillo y le diste
muerte, tú, infame, te atreves a hablar de rasgos
traicioneros! Combatiré contigo ahora mismo y ojalá se me
depare la honra de vencerte.
-¡Nunca lo harás! Has sido parido por una mujer y nadie
que lo haya sido puede matarme.
El
joven Siward empuñó su espada con decisión y arremetió
contra Macbeth. Pero el rey era más experiente en combate.
Lo esperó plantado en sus pies y lo esquivó haciéndolo
trastabillar y quedar de espaldas. Cuando se repuso y tornó
su cuerpo hacia su enemigo, la espada de Macbeth penetró
limpia en su pecho.
-¡Y
así morirán todos!- gritó el rey.
En
ese instante Macduff irrumpió en el castillo.
-¡Detente, bestia infernal!- dijo dirigiéndose a Macbeth-.
El momento más glorioso ha llegado. Has gastado tu espada
venciendo a un chico en su primer combate. Ahora veremos
cómo te enfrentas con un hombre.
-Ven
aquí, Macduff. Nada he de temer. Me ha sido predicho que
ningún hombre nacido de mujer puede hacerme daño, así que
a ti también te venceré.
-Pues
esas voces que escuchas y a las que prestas tanta atención
debieron decirte también que yo no fui parido por mujer
sino que fui quitado del vientre de mi madre de forma
prematura.
-Pero... ¿Cómo...?
-Basta, Macbeth. Deja tus fantasiosas elucubraciones y pelea.
Enfurecido, Macbeth corrió hacia donde Macduff lo esperaba
espada en mano. Los hombres de uno y otro bando se
abstuvieron de combatir, esperanzados en que las espadas de
sus jefes terminarían de una vez con la batallas entre
hermanos de una misma nación. Cualquiera que ganara,
exigiría la rendición de los soldados del otro con
legitimidad.
Macbeth parecía un león agitado y valiente. Macduff,
igualmente alto y con la misma fortaleza, aunque algo más
joven, resistía con paciencia los embates de su odiado
enemigo. Luego de los primeros pases y los primeros cruces,
Macbeth atacó el flanco izquierdo de Macduff con un golpe
de espada que dio de lleno en su muslo y le atravesó
parte de la pierna. Macduff quedó tendido en el suelo y
Macbeth ya iba a rematarlo cuando, ignorando el dolor de la
herida, Macduff volvió a pararse. Esquivó lo que hubiera
sido un golpe de muerte saltando sobre la espada de Macbeth
y en el mismo movimiento hundió la suya en el pecho de
su enemigo. Macbeth cayó de rodillas, aun vivo, y con
gesto noble y sereno aceptó su muerte en pago de las
traiciones cometidas. Macduff arrancó su espada del pecho de
Macbeth y lo dejó caer.
EPÍLOGO
Cuando el último de los soldados fieles a Macbeth entregó
su espada, Malcolm fue vitoreado como el nuevo y legítimo
Rey de Escocia. En el castillo solo quedaba un médico
junto al cadáver de una mujer que en algún tiempo había
sido una de las mujeres más bellas de Escocia. Lady
Macbeth yacía en su lecho, muerta.
Los
muertos fueron enterrados en una fosa común, pues ese es
el triste destino de los que pelean en las guerras, sin
importar el bando por el que lo hagan. Luego Malcolm llamó
a celebrar la restitución del legítimo Rey y anunció un
banquete en agradecimiento a los ingleses que lo acompañaron
en la gesta de reconquista del trono de su padre. En
medio de la celebración, dos hombres salieron a las almenas
y contemplaron por un buen rato el campo de batalla y la
fosa de los muertos.
-¿Cuál es el sentido de todo esto?- dijo el noble Siward,
padre del joven muerto por Macbeth aquel día.
-No
lo tiene- respondió Macduff-. Pero llegará el día en que
todo esto no sea más que un recuerdo. Apenas una historia.
Una leyenda para que otros puedan compadecerse de los
brutales tiempos en los que nos tocó vivir.
-Que
así sea.
FINAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario