sábado, 23 de abril de 2016

MACBETH - Adaptación narrativa de la obra de Shakespeare. Autor:Pedro Peña

N. del A.: la presente versión de MACBETH es una adaptación de la obra de Shakespeare al género narrativo. Como tal, conserva los sucesos y personajes centrales de la historia original, a la vez que modifica algunos elementos estructurales relacionados a lo narrativo y lo dramático. Utilicé para ella el castellano neutro y en todo momento primó la idea de acercar la obra del máximo autor de la lengua inglesa a un público lector joven, ese público que a menudo encontramos en las clases de Literatura de Educación Secundaria. 
Acá está, a disposición para cualquier tipo de uso con la sola condición de que se avise y se mencione, para bien o para mal, al autor de la adaptación.




MACBETH

por PEDRO PEÑA

Adaptación de la obra homónima de William Shakespeare

I

En el campo de batalla la suerte estaba echada. Las tropas invasoras retrocedían hacia el mar y dos hombres volvían victoriosos y cansados a su campamento. El viento había llevado nubes negras sobre los desdichados que habían muerto. Truenos y relámpagos se escuchaban desde el oriente.
-Mira -dijo el más alto-. ¿De dónde ha salido ese bosque?
-¿Cómo saberlo? -respondió el más bajo-. Tal vez haya estado allí desde el principio y no hemos reparado en él hasta ahora. Nos vendrá muy bien para tomar aliento y continuar. La batalla ha sido dura y será mejor agradecer que continuamos con vida.
-¡Con vida y honorables, Banquo! ¡Fieles a nuestro Rey Duncan! No como esos traidores que huían con el Barón de Cawdor a rastras. ¡Escocia no es para los traidores!
-Ojalá fuera cierto, Macbeth. Pero hoy en día las traiciones crecen como grama en las colinas. Apresurémonos. La tormenta se acerca y el campamento aun está lejos.
Una bandada de cuervos se precipitó sobre la llanura. Los hombres caminaron juntos, extenuados, por el bosque que se tornaba cada vez más oscuro.
En el centro del bosque los árboles raleaban y dejaban ver un páramo desolado. Tres sombras extrañas se habían reunido allí. Un relámpago iluminó la escena por un instante y luego la oscuridad se adueñó del lugar otra vez.
-¡Hoy es el día en el que lo bello se convertirá en feo y lo feo en bello, mis hermanas! Permanezcamos juntas después de nuestros viajes. ¿Qué has hecho tú, hermana menor?
-He liberado los vientos sobre una docena de barcos.
-¿Y tú, hermana mayor?
-He alimentado a los sapos que mi buen Graymalkin, el sapo mayor, me ha traído de regalo. Son mis esclavos ahora y soy responsable por ellos. Pero dinos, tú, hermana del medio, ¿en qué has gastado el tiempo que Hécate te ha cedido?
-He ido y he vuelto. Luego he vuelto a ir y he vuelto a volver. Pero el lugar que tantas veces he visitado es secreto y no puedo hablar de él. ¡Silencio! Allí vienen hombres. El primero de ellos es Macbeth, y con él hablaremos.
Macbeth y Banquo detuvieron la marcha, sorprendidos por la imagen de las tres hermanas.
-¿Quiénes son ustedes?- preguntó Macbeth-. ¿Están vivas todavía o son espíritus que vagan por el mundo?
-¡Salve Macbeth! Barón de Glamis- dijo la hermana menor.
-¡Salve Macbeth! También Barón de Cawdor- dijo la siguiente.
-¡Salve Macbeth! ¡Tú serás Rey!- dijo la mayor.
-¿Qué han dicho?- preguntó Banquo-. Miren a mi amigo, estupefacto ante las palabras que le han dedicado, mientras que a mí ni siquiera una mirada me han soltado.
-¡Oh! Discúlpanos Banquo. No serás Rey, claro está. Pero serás mucho más feliz que tu Rey. Y finalmente tu hijo lo será.
-¿De qué están hablando?- dijo Macbeth-. ¿Cómo saben quiénes somos?
Las sombras se tomaron de las manos y comenzaron a girar alrededor de una piedra. Luego se desvanecieron en el aire como espíritus disueltos en la niebla. Los dos hombres, estáticos, dudaron un instante y prosiguieron el viaje.
-Si no estuvieras conmigo, Banquo, diría que estoy loco y que ha sido la sangre derramada por mi brazo en defensa de Duncan la que me ha enloquecido. Pero tú, como yo, has visto a esas tres.
-Sí. Las he visto y las he escuchado.
-Imagino que no tomarás en serio sus palabras.
-¿Por qué no, mi futuro Rey?- respondió Banquo con una sonrisa. Todo el asunto se le antojaba gracioso.
-En todo caso, no fueron menos benignas contigo- dijo Macbeth con la misma sonrisa-. ¡Tus hijos serán reyes!
-Lo cual es aun más increíble. Estamos muy lejos de la línea de sucesión. Además, ¿cómo dar crédito a lo que digan tres sombras que tal vez solo hayan sido alucionaciones nuestras?
-No es posible creerles. Además, mintieron. Yo soy Barón de Glamis, pero no de Cawdor. Ven. Sigamos caminando como si no hubiéramos visto nada. Si mis oídos no me engañan, por allí vienen hombres de nuestro ejército que podrán aliviarnos con agua.
Del otro lado del bosque surgieron seis caballeros vestidos para la batalla pero con las espadas en sus fundas. Dos de ellos se adelantaron hacia Macbeth y Banquo. Eran Ross y Angus, nobles al servicio del Rey Duncan.
-El Rey ha recibido desde el campamento las noticias de tu victoria sobre los noruegos, Macbeth. Y nos ha enviado a buscarte- dijo Ross.
-Planea honrarte como te mereces- agregó Angus.
-Pero como adelanto te diremos que ya eres Barón de Cawdor.
-¿Qué? ¿Pueden las sombras diabólicas decir la verdad?- dijo Banquo en voz baja, abriendo los ojos con incredulidad.
-¿Acaso no vive aun el Barón de Cawdor? ¿Por qué me llaman con un título que no me corresponde?- dijo Macbeth, contrariado con las palabras de los mensajeros.
Y Angus respondió:
-Vive aun, pero pronto morirá ejecutado por su traición. El Rey te obsequiará con todas sus pertenencias en premio a tu lealtad y sacrificio.
-Barón de Glamis. Ahora de Cawdor. ¡Y aun queda algo más por cumplirse!- dijo en voz baja Macbeth a la vez que cruzaba una mirada con Banquo, que permanecía en silencio.
-¿Acaso no esperas que tus hijos sean reyes?- dijo Macbeth.
-Ya no sé qué esperar- dijo Banquo, bajando la mirada.
-No demoremos más, nobles de Escocia. Vayamos con el Rey- interrumpió Angus.


II

En el castillo de Inverness, hogar durante siglos de la familia de Macbeth, su esposa lee en voz alta una carta:
Y entonces, querida esposa, vinieron heraldos del Rey y confirmaron lo que las tres brujas habían dicho. Me nombraban Barón de Cawdor. Ahora solo queda esperar a que el resto de la profecía se cumpla. Aunque no será tan sencillo como parece en un principio. Cuando la batalla terminó, fuimos con el Rey, mi primo, a su castillo de Forres. Allí nos saludó y halagó. Sus nobles dijeron que el anterior Barón de Cawdor había muerto con honor, aceptando su traición y el castigo que correspondía. Luego el Rey bajó la vista, apenado, puesto que había depositado mucha confianza en el traidor. Pero insistió en que celebráramos. Luego repartió honores entre sus caballeros. Bancuo quedó dueño de las cosechas. Y yo fui nombrado Barón de Cawdor. Pero entre todas estas buenas noticias, hay una cuyo alcance no llego a imaginar. Su hijo Malcolm fue nombrado Barón de Cumberland. Y ya sabes lo que eso significa: el Barón de Cumberland, en Escocia, es el futuro Rey. ¿Cómo es posible, entonces, que la profecía sea cierta en una sola de sus partes? ¿Cómo Malcolm ha de ser Rey si ese honor me ha sido prometido a mí por las mismas hermanas fatídicas que me advirtieron que sería Barón de Cawdor?
No queda más opción que dejar que hable el tiempo. De nada sirve apresurarse en estas circunstancias. Mientras tanto he de avisarte que Duncan ha decidido visitar cuanto antes nuestro castillo para estrechar nuestra amistad. Por lo tanto, es menester preparar todo para que tenga un recibimiento acorde a las circunstancias. Enseguida de enviar esta carta emprenderé la cabalgata hacia Inverness. Compartiremos juntos la gloria del nuevo título y de lo que nos ha sido prometido. Pues si he de ser Rey, entonces tú, amada mía, serás Reina. Tuyo, con devoción, Macbeth.”

Lady Macbeth se acercó al candelabro que adornaba la mesa y quemó la carta. Su rostro se tornó rojo por unos instantes mientras hablaba en voz alta:
-¡Ay! Amado esposo... Te conozco bien. Ansías con toda tu alma el título que crees merecer. Pero no te atreves a hacer lo que hay que hacer para obtenerlo. Duncan, tu primo, pues sus madres son hermanas, te ha premiado con un gran honor y confía en ti. Pero el Destino te ha asignado un honor más grande. Y los hombres deben rendirse ante su destino. ¡Rendirse, sí! ¡Para ayudar a que se haga realidad!
Un mensajero golpeó la puerta de la habitación. Lady Macbeth sacudió los restos de la carta de su esposo hechos ceniza y observó por la mirilla.
-¿Qué deseas mensajero?
-Vengo a avisarle a usted que Duncan ya viene al castillo y que Macbeth ya está aquí?
-¿Qué dices? ¡Rápido! Dile a Macbeth que acuda a verme de inmediato.
Los pasos apurados del mensajero resonaron en el pasillo empedrado. Lady Macbeth habló en voz alta frente al candelabro una vez más:
-Duncan... tiemblan las nubes en el cielo al escuchar que tus caballos cruzan nuestras murallas. Vienes como el mejor de los amigos pero ignoras lo que los hados han dispuesto para ti. ¡Espíritus del mal, los invoco! Acudan a mi servicio ahora mismo. Quítenme esta condición de mujer hermosa y destierren de mí toda piedad. ¡Poco ha de valer la leche amorosa de las madres cuando se vuelve hiel! Ven rápido, Macbeth, y déjame acelerar el curso de los hechos. Mis pensamientos haré tuyos y será nuestra la mano que sujete el cuchillo en el pecho del Rey.
En ese momento se escucharon las trompetas anunciando la llegada de Duncan a las puertas del castillo.

III

En la larga mesa del comedor varios nobles fieles a Duncan comían y bebían para celebrar su victoria sobre los noruegos. Sentado al lado del Rey, su hijo Malcolm hablaba algo con su hermano Donalbain y observaban cómo Macbeth y Lady Macbeth parecían discutir por alguna cosa. Del otro lado de la mesa, el noble Macduff relataba algunos pormenores de la batalla a Bancuo, Ross y Angus. Todos comían de los manjares dispuestos y alegraban el corazón con el excelente licor del castillo de Inverness.
De pronto Macbeth se levantó de su asiento, saludó al Rey con un gesto y salió hacia las almenas. Lady Macbeth, contrariada, salió tras él.
-¿Qué haces?- le dijo-. Acaso no ves que es necesario disimular nuestro nerviosismo?
-No puedo hacerlo, esposa mía. No puedo.
-¿Qué dices? ¿Y mis esperanzas de ser Reina?
-Es un buen Rey. Tan noble con sus amigos como feroz con sus enemigos. El pueblo lo quiere y lo venera. Además, yo soy su pariente. Y por si esto no bastara, está bajo mi cuidado en nuestro castillo. Se supone que debo protegerlo en vez de matarlo.
-¿Entonces tienes miedo de hacer lo que deseas?
Macbeth tembló al escuchar aquellas palabras de su esposa. Movió su mano como para estrellarla en su mejilla. Pero no llegó a hacerlo.
-¡Miedo! ¡Tienes miedo hasta de mí!- insistió ella.
-¡Cállate de una vez! Yo podría hacer lo que cualquier hombre. Pero esto... Además, ¿qué sucedería si fallamos?
-¿Fallar? Sabes muy bien que no fallaremos. He preparado todo. Los aposentos del Rey están en el lugar adecuado. Será fácil entrar y salir de ellos. El licor que les hemos dado a los guardias durante toda la cena los hará dormir profundamente. Nadie podrá ver lo que haremos. Solo falta tu decisión. Pero ahora veo que flaqueas, como si ya no quisieras ser lo que te han prometido. Como si no quisieras que yo fuera tu Reina.
Macbeth dudó un instante y luego volvió a hablar:
-Volvamos a la sala. Ya estoy decidido a hacerlo. Pero debemos fingir que nuestras intenciones son buenas. Nuestro rostro no debe revelar nuestro designio.

IV

Cerca del amanecer las campanadas surcaban el aire.
Dos sombras se encontraron en las almenas.
-¿Qué haces, hermana del medio?
-¿Responde a tu misma pregunta tú primero, hermana menor?
-He venido porque hermana mayor me ha enviado a ver qué ocurría con Macbeth.
-Pues has llegado tarde. Ya todo ha sucedido.
-Entonces nuestra hermana mayor se enfadará.
-No tanto. Si lo deseas, yo puedo contarte lo que he visto.
-Adelante. No demores más.
-Macbeth y Lady Macbeth agazajaron al Rey Duncan con sus mejores galas. El banquete fue un éxito. El Rey decidió proceder liberalmente con los ayudantes y los cocineros y a todos les ofreció muy buenos regalos. Incluso le dio un diamante labrado a Lady Macbeth como prueba de su beneplácito. Luego se fue a dormir acompañado de sus guardias.
-Entonces nada malo sucedió.
-Lo mejor está aun por llegar, querida hermana. Porque Lady Macbeth vertió una sustancia en las bebidas de los guardias de Duncan. Luego fue a dar el aviso a su esposo, quien salió apresurado de su habitación. Tan apresurado que extravió el camino hacia la habitación de Duncan y se encontró cerca del patio con Bancuo. Pude escabullirme por entre las ramas de aquel abeto para escuchar lo que hablaron.
-¿Y qué se dijeron?
-Todo fue muy extraño. Macbeth le dio a entender a su fiel amigo que era posible aun más honor y más gloria si alguna vez estaba dispuesto a obtenerla. Bancuo dijo que estaría dispuesto con la única condición de que ese honor y esa gloria nuevos ni significaran un menoscabo en los que ya tenía. En otras palabras, le dijo que por las vías naturales aceptaría el consejo de Macbeth y su oferta. Pero que no estaba dispuesto a llegar a extremos indignos.
-¿Y qué le dijo Macbeth?
-Nada. Simplemente lo despidió hasta la mañana. Luego encontró de nuevo el camino hacia las habitaciones de Duncan. Parecía un loco perdido en sus delirios. Iba hablándole a una sombra. La sombra del puñal que debía utilizar para acabar con Duncan. Hasta que apareció Lady Macbeth y le entregó los puñales verdaderos. Luego ella lo dejó solo. Los guardias dormían a pata suelta cuando Macbeth entró a la habitación de Duncan. Al cabo de un rato salió de allí con los puñales ensangrentados en sus manos. Se encontró en uno de los pasillos con Lady Macbeth, quien se los arrebató. Luego ella los dejó entre los brazos de los guardias, que de nada de esto se enteraron. Ya todo estaba hecho.
-¿Y tú no has gritado para impedir tal infamia?
-Sabes mejor que yo que mis gritos no habrían impedido nada. Nuestro poder termina en nuestras visiones, hermanita.
-¿Y ahora? ¿Qué esperamos aquí?
-Que amanezca. Mira: ya vienen los primeros rayos desde el oriente y si mis ojos no me engañan, aquel que cabalga hacia el castillo es Macduff. Viene a despertar al Rey.
-Que me aspen si logra despertarlo del sueño eterno en el que los cuchillos de Macbeth lo han precipitado.
-¡Mira hermanita! Macduff saluda a Bancuo y por allí viene Macbeth, vestido con su ropa de cama, como si nada hubiera pasado.
-¡Es cierto! ¡Ahora Macduff entra en la habitación de Duncan! ¡Oh! ¡Déjame cerrar los ojos! No quisiera ver su cara cuando descubra que el Rey ha muerto asesinado.
-Ahora Macduff sale y busca a Macbeth. Macbeth entra en la habitación y finge sorpresa. Luego corren por el pasillo. Alguien pide que toquen las campanas a rebato. Por allá viene Lady Macbeth y también finge sorprenderse, por las campanas primero, luego por los hechos sucedidos en su propio castillo. ¡Qué grandes actores! Han engañado a lo más granado de los nobles de Escocia con su actuación.
-Macbeth va hacia los guardias y los despierta. Aun tienen los cuchillos en las manos. Los hace llevar a la mazmorra sin que puedan decir nada en su defensa.
-¡Mira, hermana! Son Malcolm y Donalbain, los hijos de Duncan. Conversan solos en un apartado. Creo que hablan de huir. Dicen que no están seguros en el castillo de Inverness. El mismo que mató a su padre seguramente irá contra ellos. ¡Escucha! ¡Escucha bien!
-Eso hago, hermana. Mis oídos son mejores que los tuyos. Malcolm irá a Inglaterra y tratará de convencer al Rey Eduardo de que le de refugio. Donalbain cabalgará hacia Irlanda. ¡Vaya! Es una buena idea de los hermanos el separarse. Si algo malo le ocurre a uno de ellos, el otro siempre podrá vengarlo.
-¡Míralos! Ya se van hacia las caballerizas sin que nadie los advierta. No se han detenido con nadie. En nadie confían más que en ellos mismos.
-¡Pobres huérfanos, herederos de un trono sangriento! Que el destino los ayude. Mientras tanto allí viene Macbeth. ¿Qué ha hecho con los guardias? ¡Los ha ejecutado sumariamente! Le explica a Macduff por qué lo ha hecho. Alega que ellos negaron todo en su propia cara y con los puñales aun humeantes. ¡Qué sangre fría tiene este hombre! ¡Ha matado bajo una falsa acusación a quienes él sabe mejor que nadie que son inocentes!
-¡Y mira, hermanita! Los dedos acusatorios señalan las almenas. Desde ellas aun pueden verse los caballos en los que Malcolm y Donalbain huyen. Y las voces son todavía más acusatorias que los dedos. Ahora todos lo dicen: ¡ellos han mandado a matar a su propio padre! ¿Por qué otra razón huirían de ese modo?
-Y ahora, al terminar la mañana, el golpe final: todos los nobles rodean a Macbeth. Todos lo señalan. Lo eligen Rey y le piden que vengue la muerte de Duncan.
-¡Ah! ¡Qué ironía, hermana! Las cosas han salido mejor de lo que muchos han creído.


V

Después de convertirse en Rey Macbeth trasladó su corte al palacio de Forres, el hogar de los reyes que le había arrebatado a Duncan y a sus hijos. Pero no todo había sido tan grato como dijeran las brujas. Las visiones lo atormentaban todas las noches, impidiendo su sueño. Lady Macbeth organizó un banquete para que el Rey volviera a sentirse halagado y le había aconsejado comportarse con generosidad con sus súbditos.
Bancuo, el que había sido una vez su amigo, intentaba evitar su presencia. “Los espíritus oscuros han sido muy claros”, pensaba. “Macbeth es Rey pero sus hijos no heredarán jamás el trono. Si lo que han dicho es cierto, mi hijo Fleance será el heredero. Pero, ¿por qué no yo?”
Estos pensamientos lo agoviaban. Se sentía en peligro. No había otra salida: tenía que huir del palacio de Forres con su hijo antes de que Macbeth sospechara que ya no confiaba en él.
Se dirigió a las caballerizas del palacio y solicitó que le prepararan dos caballos para después del mediodía. Macbeth, desde una ventana, seguía sus pasos sin que Bancuo pudiera verlo.
-¿En qué piensas, mi Rey?- dijo Lady Macbeth desde la puerta de la habitación real.
-Mira con tus propios ojos, mi Reina. Ese de allí es Bancuo. Presiento que prepara su huida. Él fue testigo de las palabras de las brujas y tal vez ya sospeche que me he dejado ganar por la codicia.
-¿Y qué harás al respecto? Tiemblo de pensar en...
-Mejor que no lo sepas. Mantén tus manos limpias de la sangre que corre por las mías. No quieras participar de lo que habrá que hacer.
-Mis manos están tan rojas como las tuyas, mi Rey. Pero es verdad. No quiero saber nada más. Lo hecho, hecho está, y ya con eso me es más que suficiente.
-Vete a tus habitaciones y pídele al viejo médico que te asiste que te calme los nervios con algunas hierbas. Luego trata de descansar. De aquí en más eres libre de todo lo que suceda.
-Eso haré, mi Rey.
Macbeth hizo una seña a uno de los hombres de las caballerizas. Al poco rato el hombre era detenido por los guardias en la puerta de la habitación del Rey.
-Déjenlo pasar- indicó Macbeth-. Viene bajo mi comando.
Los guardias dejaron al hombre que de inmediato se introdujo en la habitación.
-¿Qué desea Su Majestad?
-Te he visto hablar con Bancuo. Dime qué te ha dicho.
-Bueno... he jurado consrvar el secreto de su pedido, pero supongo que si el mismo Rey me solicita que rompa un juramento, mi pecado no será tomado en cuenta por el Dios sobre el que he jurado.
-¡Basta de sandeces! Dime de una vez qué han hablado.
-El noble Bancuo ha solicitado dos caballos para esta tarde. Pidió los dos mejores. Piensa cabalgar un buen trecho.
-Con que ese es su propósito, tal como lo suponía. ¿Y eso es todo?
-Juro por Dios que sí, mi Rey.
-No jures más, por todos los cielos. ¿Te atreves a invocar a Dios un minuto después de haber quebrantado otro juramento? A propósito, debes saber que conozco tu historia. Y no es para nada una buena historia. Si he consentido en mantenerte a mi servicio en este palacio es porque espero, en alguna ocasión, beneficiarme de lo que bien sabes hacer.
-¿A qué se refiere Su Majestad?
-Sé que eres un asesino profesional y que has enviado al otro mundo a más gente que la que eres capaz de recordar. Por estas razones, evitémonos los rodeos de una vez. Necesito que vayas tras Bancuo y su hijo y los mates a ambos.
-Bancuo es un buen guerrero, Su Majestad. Y su hijo, aunque aun joven, también lo es. No es un trabajo para un solo hombre.
-Hazlo como creas conveniente. Lo importante es que yo salga limpio de todo este asunto. ¿Entiendes lo que quiero decir?
-Perfectamente, mi Rey.
-Luego de que hayan realizado el trabajo serás bien pagado y podrás alcanzar alguna otra dignidad. Pero recuerda: nadie debe saber que yo estoy tras este plan.
-Ya puede contar con ello, mi Rey.


VI

Esa noche el banquete tuvo lugar en los amplios salones de Forres. Pero no había ánimo de fiesta sino de preocupación. Ross y Angus hablaban al lado de una de las columnas que sostenían la bóveda de la sala.
-Los tiempos han cambiado- dijo el primero.
-Así es- acordó el segundo-. Me pregunto qué debemos hacer nosotros.
-¿A qué te refieres?
-A si tendremos valor para hacer lo correcto o simplemente iremos hacia donde el viento sople.
-No es una decisión que pueda tomarse de forma apresurada. Mi sugerencia es que estudiemos mejor las circunstancias. Mira, si no, lo que ha sucedido con Macduff, tan heroico como el mismísimo Macbeth en los campos de batalla escoceses. Es evidente que algo sospecha y no ha venido al banquete a pesar de que su nuevo Rey le extendió las invitaciones del caso. Y ahora las miradas del tirano y sus lacayos irán directamente hacia él.
-¿Te atreves a llamar tirano al nuevo Rey? Por eso es capaz de ajusticiarte con sus propias manos, Ross.
-Negaré haberlo llamado así ante quien sea necesario, Angus. Además, ahora solo tú me escuchas. Y en honor a nuestra amistad de tantos años, y a la amistad de nuestras familias espero que no sueltes la lengua.
-Las amistades ya no son lo que solían ser. ¿Quién era el mejor amigo de nuestro nuevo Rey?
-Bancuo, sin dudas.
-¿Y acaso lo ves aquí?
-Tienes razón. Me pregunto cómo justificará su ausencia si hasta esta mañana estaba con nosotros.
-Hay quienes lo han visto salir con su hijo a caballo hacia los bosques.
-¿Con qué propósito?
-Imposible saberlo. Pero convendrás conmigo en que el asunto es intrigante. Veremos cómo se resuelve. Mientras tanto, que nuestros rostros no revelen el alcance de nuestras sospechas ni lo que hemos hablado ahora. Finjamos que nos sentimos a gusto con todo lo que se nos obsequia. Aprovechemos la liberalidad del Rey y observemos hacia dónde va el viento, ya sea que debamos seguirlo o que decidamos, llegada la ocasión, oponérnosle.

Del otro lado de la sala Macbeth y su esposa observaban el movimiento de los sirvientes y del resto de la concurrencia.
-Este salón vio mejores fiestas- dijo Lady Macbeth.
-No tienes por qué recordármelo. Pronto, cuando nuestros asuntos estén por fin resueltos, la alegría volverá a este palacio y a todo el reino.
Un hombre vestido con ropas vulgares hizo una seña a Macbeth desde detraś de los cortinados. El Rey se excusó ante su esposa y los concurrentes y salió hacia el arco que daba a la muralla. El hombre de las caballerizas surgió desde la oscuridad.
-¡Dime de una vez que todo ha resultado como te he indicado!- ordenó Macbeth.
-A tal respecto, Mi Rey, el recipiente está en su justa mitad. El camino ha sido recorrido hasta su punto medio.
-¡Basta de rodeos y dime lo que sucedió!
-Cabalgamos tres de nosotros...
-¿Tres? ¿Esa es tu idea de la discreción?
-Tres sirvientes leales a usted, mi Rey.
-Continúa.
-Seguimos a Bancuo y a su hijo por el bosque y luego por una llanura y después otro bosque. Cuando nos pareció que estábamos a resguardo, nos adelantamos y le tendimos una celada. Los cercamos en la penumbra del crepúsculo y los asaltamos. Bancuo luchó como un verdadero león. Su espada se balanceaba de un lado al otro y se llevó con su arrojo la vida de uno de los que me acompañaban. Finalmente, con un golpe afortunado, lo derribé. Una vez en el suelo, mi espada y la de mi ayudante le perforaron el pecho.
-¡Bien hecho! ¡Así se habla! Pero continúa.
-Bien... esa fue la parte llena del recipiente, mi Rey. Porque mientras tanto el joven Fleance, siguiendo las instrucciones de su moribundo padre, desapareció de nuestra vista y ya no pudimos seguirlo.
-¡Maldición! ¡Es que acaso no pueden hacer una sola cosa bien! ¡Pagarán con sus vidas por este error!
-En cuanto a eso, mi Rey, debo prevenirle de algo. He tenido la precaución de enviar a mi cómplice lejos del palacio con instrucciones de revelarlo todo si algo malo me sucediera.
-¡Vete de aquí, traidor! Mañana veré qué hacer contigo.

Macbeth se recostó sobre la columna y respiró profundamente. De pronto fue como si se desvaneciera. Como si sus fuerzas lo abandonaran. Cuando su esposa llamó a la mesa, avanzó por el salón hacia la parte principal, donde los asientos de los nobles habían vuelto a ser ocupados. Lady Macbeth notó de inmediato la turbación de su esposo, que ahora hablaba con sombras que se le aparecían.
-¡Miren todos!- balbuceaba-. Miren cómo ese espíritu nos observa. ¡Tú! ¡Te atreves a venir a mi morada en esa forma fantasmal!
-¿Con quién habla?- dijo Ross en voz baja a Angus.
-¡Tú, infame! ¿Cómo has llegado hasta aquí tan rápido si apenas has muerto hace algunas horas? ¿Qué pretendes apareciéndote así?
-Deberán disculparlo, nobles de Escocia. El Rey hace tiempo que sufre de alucinaciones- dijo Lady Macbeth-. Se trata de una condición familiar. Al cabo de un momento de descanso se le pasará y todo volverá a la normalidad.
-¡Malditos tú, tu hijo y todos esos reyes que te empeñas en presentarme y que vienen en procesión detrás de tu hijo! ¡Sobre mi cadáver reinarán!
-Todo esto es muy inusual- dijo Angus-. ¿De qué reyes habla? ¿Reyes del pasado o de un tiempo que aun no ha llegado?
-Lo que ve- dijo Ross en voz baja-, o mejor dicho, lo que cree estar viendo, seguramente son los reyes que le sucederán. Pero el Rey y la Reina no tienen hijos. Me pregunto de dónde saldrán entonces.
-¡Basta!- interrumpió Lady Macbeth-. Por favor, fieles nobles de esta patria, dispensen a su Rey y continúen con el banquete. Más tarde llegará la música y las historias de enamorados que tanto les placen. Buena comida habrá siempre. Yo lo llevaré a sus aposentos para que pueda recuperarse y, si le es propicio, volver más tarde. Aunque no lo esperen para el plato principal. Hagan de cuenta que están en su propio castillo.
Y el Rey y la Reina desaparecieron tras los cortinados.


VII

Lady Macbeth finalmente logró calmar a su esposo y dejarlo en la cama. Ya era pasada la medianoche. La penumbra de los pasillos de Forres, las escaleras estrechas, los candiles gastados, los ruidos de los animales nocturnos que habitan en los muros y las paredes, todo aquello, sumado a las alucinaciones de su esposo, le había provocado un miedo atroz. Poco antes de caer en el sueño, Macbeth la vio dirigirse una y otra vez al lavatorio, mirándose las blancas manos con asco, como si hubiera algo en ellas.
¿Algo como qué?
A Macbeth le pareció escuchar que su esposa decía:
-¡Sangre! ¡Mis manos también están llenas de sangre!
No cabía duda: ambos estaban enloqueciendo.

La luz de la mañana suele traer reposo a los terrores nocturnos y alivio a las almas atribuladas. Macbeth ordenó que le prepararan un caballo. Al poco rato podía vérselo cabalgando hacia las colinas que se extendían entre Forres y el campo de batalla donde se había cubierto de gloria algunas semanas antes. Al divisar un bosque se dirigió hacia él sin dudarlo. No demoró en encontrar el páramo en el que había visto a las brujas por primera vez, cuando junto a Bancuo regresaban victoriosos del combate.
Pero no las encontró allí.
Al poco rato de buscarlas de forma infructuosa se resignó a quedar sin su consejo. De improviso, al regresar hacia las colinas, escuchó algunas voces provenientes de una cueva. Entró con cautela y vio tres sombras como espectros que se abalanzaban sobre un caldero hirviente.
-¡Al fin las he encontrado!- dijo-. Pensé que ya no las vería más, espectros infernales.
-¿Cómo te atreves a llamarnos espectros? Si pudieras tocar nuestros brazos verías que son firmes. Y nuestras piernas. Y luego nuestras cabezas. Nuestros hombros. Todos tan buenos como los de cualquiera.
-¿Entonces por qué la primera vez que nos encontramos se desvanecieron en el aire sin terminar de contestar mis requerimientos?
-Solo obedecemos los requerimientos de quienes nos instruyen. Comenzando por Hécate, a quien no puedes ver.
Un estremecimiento frío corrió por la espalda de Macbeth. Pero lo que en un principio fue miedo rápidamente se transformó en ansias.
-Quiero hablar con los espíritus que las gobiernan- dijo.
-El asunto- dijo una de las hermanas- es que ellos también quieran hablar contigo.
-Convóquenlos de una vez y veremos.
-Sí. Veremos si su deseo es manifestarse o permanecer más allá del tiempo, lejos de nosotros.
-Uno es el círculo exterior- dijo la hermana mayor lanzando una piedra al caldero.
-Dos es el círculo interior- respondió su hermana del medio.
-Y tres es el punto en el centro de los círculos- dijo la menor. Y luego todas juntas, tomadas de la mano y girando alrededor:
-Uno, dos y tres. Arriba, abajo y al centro: ¡espíritus de las sombras! Hay aquí un hombre que desea ser visitado por ustedes. No promete nada en agradecimiento a quien te convoque. Solo exige, como los niños pequeños. Pero eso no quiere decir que, llegado el momento, no se comporte con generosidad. Preséntense ante el Rey Macbeth, a quien ustedes mismos precipitaron en el trono del que ahora se ha ausentado para venir aquí.
Macbeth se acercó al caldero y observó cómo los tres círculos concéntricos giraban en direcciones opuestas. Luego sus ojos se cerraron y cayó desvanecido al pie del fuego. Las tres hermanas se apresuraron a socorrerlo y lo tendieron sobre una manta.
-¿Qué le sucede?- preguntó la hermana menor.
-¿Acaso no lo ves ante tus propios ojos?- respondió la del medio-. Sueña. Sueña plácidamente.
-Ya lo creo- dijo la mayor-. Y ojalá termine pronto.
-No es agradable tenerlo aquí.
-No. No lo es. Traicionó a sus amigos por su desmesurada ambición. Bien podría traicionarnos a nosotras. Ni siquiera sabe nuestros nombres.
-Nosotros tampoco los sabemos, querida hermana. Además, estamos fuera de su alcance. Al menos eso es lo que creemos.
-¡Mírenle sus manos! ¡Se tornan rojas!
-Es el reflejo del fuego, tonta.
-Mírenlo de nuevo. Parpadea.
-Ya despierta.
-Ha sido un sueño breve.
Macbeth se alzó apurado y luego corrió hacia fuera. A galope tendido cruzó las colinas y llegó a Forres. De inmediato envió por su esposa.

VIII

Lady Macbeth parecía la sombra pálida de una estatua alargada por el atardecer. Recostada a una pared escuchaba el relato de su esposo.
-Luego debo haber caído en trance- continuaba Macbeth-. Y allí es donde todo se vuelve interesante. Pero, ¿quieres realmente escucharlo? No quisiera abrumarte con esta increíble historia. Podría hacer que tus nervios padezcan de nuevo.
-Mis nervios, por ahora, están en su lugar. Continúa si es que te place hacerlo.
-Durante el sueño fui visitado por varios espíritus. Todos tenían forma distinta. El primero de ellos era una enorme cabeza con un yelmo que me pareció familiar pero que no logré identificar. Su mensaje fue por demás claro: “Cuídate de Macduff, el barón de Fife”.
-¿Macduff? Siempre fue un caballero fiel a su linaje y a sus señores. Heroico en batalla. ¿Por qué habrías de cuidarte de él?
-No olvides que no ha venido a nuestro banquete. Y su relación con Duncan y sus hijos era muy cercana. No es de extrañar que prepare una traición.
-Aun así, ten cuidado de lo que haces con él. Tiene a su cuidado esposa e hijos.
-Tanto mejor. Pero déjame que te hable de la segunda aparición: un niño con el cuerpo ensangrentado. Su mensaje es de lo más enigmático: “Abusa, hiere, mata, pues no debes temer al poder de los hombres; nadie nacido de mujer podrá hacerte mal”.
-Entonces, si nadie nacido de mujer podrá hacerte mal, te librarás de la principal causa de muerte de los hombres jóvenes: los otros hombres. ¡Deja en paz a Macduff y a todas sus conspiraciones y vive tu gloria!
-Y luego vino un tercer espíritu. Un joven Rey de otra época.
-¿Pasado o futuro?
-No sabría decirlo. En sus manos portaba una rama y en su frente de niño estallaba en luz la diadema de la coronación. Y esa luz hizo que no pudiera identificar su rostro.
-¿Y cuáles fueron sus palabras?
-Las más hermosas que puedan escucharse en los reinos de los hombres: “Macbeth”, dijo, “debes ser intrépido como una fiera cuyos cachorros estén en peligro. No debes ahorrar en crueldad ni fijarte en miramientos, pues no has de caer hasta que el bosque de Birnam ascienda al castillo de Dunsinane”. Mi alma se tranquilizó un poco con estas predicciones, pero de inmediato volvió la desazón.
-¿A qué te refieres, amado esposo?
-Nuevos espíritus fueron convocados. Ocho de ellos vestían las ropas de los reyes y los precedía un espíritu que he visto otras veces...
-¿Otro espíritu? ¡Bancuo!
-¡No digas su nombre! Pero debo reconocer que tienes razón. Y su hijo. Y el hijo de su hijo. Y la cadena terminaba en el octavo eslabón, que portaba tres cetros.
-¡Tres cetros! ¡Eso quiere decir que gobernaba sobre tres reinos! Malas noticias para nosotros, Macbeth. Pero no me fatigues más con estas ocurrencias de la oscuridad. Déjame que yo tengo mis propios pensamientos para fatigarme. Si me lo permites, iré a descansar.
-Vete, sí. Pero no me dejes solo en esto.
-Ya es tarde, esposo mío. Ve tú también a descansar.

IX

Pero Macbeth no descansó esa noche. Atribulado por sus pensamientos, no cesaba de imaginar soluciones a sus crecientes males. Luego de un par de horas en soledad convocó de nuevo a los asesinos de Bancuo y mantuvo con ellos un largo coloquio.
Luego tres caballos partieron hacia Fife, lugar donde se alzaba esplendoroso el castillo de Macduff. Como los tres llevaban el permiso real no fueron detenidos en la entrada. Pero no dejaron, como es uso, sus monturas en la caballeriza sino que las sujetaron a las rejas de una de las entradas, como si lo que tuvieran que hacer no fuera a demandarles mucho tiempo.

Días después, en Inglaterra, dos nobles escoceses de alta jerarquía hablaban en un tono de amplia confianza sobre lo que sucedía en su amada Escocia. Eran Macduff, caballero de renombre, y Malcolm, hijo del traicionado Duncan y hermano de Donalbain.
-Es una enorme alegría que tú, fiel servidor de mi padre, te hayas dado cuenta de la trampa que Macbeth tendió sobre nosotros y nuestro padre- dijo Malcolm.
-El mismo tirano se encargó, a los pocos días de iniciado su reinado, de ir espantando a sus propios amigos. Nunca fuimos cercanos pues siempre vi en su semblante indicios de un carácter débil que se empeña en parecer fuerte. Pero ahora ha ido demasiado lejos. Dicen, y es bueno creerlo porque se trata de personas de confianza, que ha llegado a matar a su amigo Bancuo porque éste había descubierto sus planes contra Duncan.
-Tengo algo que proponerte, noble Macduff. ¿Quieres escucharlo con atención?
-Adelante. Soy todo oídos.
-Debemos combatir a Macbeth y tal vez debamos usar sus propias armas.
-No entiendo.
-Este hombre es malvado y tiránico algunas veces, y otras es salamero y traidor. Entonces debemos ser como él. Te propongo regresar a su lado, intenta ganar su confianza y, cuando finalmente lo hayas hecho, allí cobraremos venganza. ¡Le pagaremos con la misma moneda con la que él pagó la confianza de nuestro padre!
Macduff frunció el entrecejo y comenzó a menear la cabeza.
-¡No! ¡No puedo aceptar esa petición! ¡Convertirme en lo que él mismo es para ajusticiarlo! ¡Jamás! Prefiero liderar un ejército de un solo hombre contra el tirano antes que convertirme en algo parecido a él. Con su permiso, Majestad, voy de regreso a Escocia. Si sus planes para conmigo cambian y son honorables, usted sabe dónde encontrarme.
-¡Detente, Macduff!- dijo Malcolm-. Es preciso que sepas que todo lo que he dicho antes ha sido solo para probar la calidad de hombre que eres. Tenía que saber si aun conservas tu honor o si ya lo habías vendido al bajo precio de la vana gloria. Perdóname por exponerte a esta trampa, pero ahora veo claramente que si he de confiar en alguien, ese alguien eres tú, querido amigo de mi padre y mío propio.
En ese momento unos golpes azotaron la puerta de la habitación.
-Es el caballero Ross- anunció el guardia-. Trae novedades de Fife, según manifiesta. Y son urgentes.
-¿De Fife?- dijo Macduff-. ¿De mi propio castillo? ¡Pero si mi viaje a Inglaterra ha sido secreto!
-Háganlo pasar- dijo Malcolm.
Ross entró y se inclinó ante Malcolm, como era costumbre, y ante el otro caballero. Cuando reconoció a Macduff su rostro empalideció y se arrojó a sus pies.
-Noble Macduff- comenzó balbuceante-, no esperaba verte aquí. He venido de forma discreta para contarle las desgracias de tu familia a Malcolm, legítimo heredero del trono de Escocia, pero ahora no tengo otra salida que referirlas ante tus propios oídos.
-¿Desgracias? ¿De qué hablas? ¿O acaso...?- comenzó Macduff-. ¿Acaso lo que tanto he temido ha sucedido finalmente?
-No sé qué es lo que has temido, pero difícilmente eso sea más terrible que lo que voy a relatarte.
-Pues hazlo de una vez- ordenó Malcolm-. ¿No ves acaso que este hombre desfallece a cada instante?
-Es que lo que voy a contarles no es algo que pueda ser contado con palabras sencillas. Pero iré directo al grano. La noche era oscura y dos hombres golpearon la puerta del castillo. Venían con instrucciones del Rey Macbeth, según dijeron. Y como Lady Macduff no había sido instruida del todo en las sospehas que se ciñen sobre el rey, no objetó su entrada y les permitió ingresar y pernoctar en el castillo. Al otro día...
-¿Al otro día qué?- rugió Macduff.
-No sé cómo decirlo, noble caballero, pero al otro día tu amada esposa amaneció muerta,
-¿Muerta? ¡No!
-Muerta, noble Macduff. Y eso no fue lo peor.
-¿Qué dices? ¿Acaso insinúas que...?
-Tu hijo, aquel tierno infante que hasta hace unos días jugaba en tu falda, corrió la misma suerte que su madre.
Macduff cayó abatido sobre el primer asiento que encontró. Tomó su rostro con las manos y lloró amargamente por la suerte de los que más amaba.
-Nunca debí dejarlos solos- dijo en voz alta. Malcolm acudió a consolarlo y lo tomó de los hombros. Macduff lo miró a los ojos sin poder decir palabra.
-Tu pérdida es irreparable, noble Macduff. Ningún padre debería atravesar por este momento. Pero te ayudaremos a enontrar la templanza para que puedas vengar lo que te han hecho.
-¿Vengar? Pero Macbeth no tiene hijos...
-Tu corazón está enturbiado con funestas noticias. Descansa ahora, que pronto partiremos hacia nuestra tierra. La liberaremos de las garras del tirano.
X

Tres semanas después Macbeth departe en el castillo de Dunsinane con dos soldados que han llegado del bosque de Birnam.
-¿Cuándo llegarán los traidores al bosque?- preguntó Macbeth.
-Mañana a la mañana- contestó el primer soldado-. Los hemos visto avanzar y junto a ellos vienen muchos nobles ingleses. A su paso por los campos, muchas familias que habían jurado lealtad a Vuestra Majestad se les unen sin reclamar nada para sí.
-¿Y ustedes? ¿Han pensado también en traicionarme uniéndose a los que ya lo han hecho?
-De ningún modo- mintió el segundo soldado, que ciertamente había tenido aquella idea más de una vez.
-¿Cuántos son?
-Se cuentan por cientos. Tal vez miles. Gran cantidad a caballo. Pero muchos más de a pie.
-Vayan a sus puestos y estén listos para el combate. Todos los hombres desponibles deben presentarse en el castillo antes del atardecer. Y por mi honor les juro: nada hay que temer. Solo nos vencerán cuando el bosque de Birnam suba por la colina hacia el castillo, o sea, nunca.
Los soldados apuraron el paso hacia la puerta y se cruzaron con el médico de Lady Macbeth.
-¿Cómo está ella?- preguntó el esposo.
-Empeora a cada momento, Su Majestad- dijo el médico-. Sus delirios no la dejan alimentarse y a cada paso pierde fuerzas. Ahora yace en su lecho y sinceramente dudo de que pueda levantarse de nuevo.
-¡Pobre mujer! ¡A qué especie de infierno la he arrastrado! Aunque ella también ha sido responsable de su propia suerte. No puedo dejar de compadecerle, pero a la vez pienso que cada uno labra su destino.
-No entiendo a qué hace referencia Su Majestad con esas palabras- dijo el médico.
-Ni hace falta que lo hagas- respondió Macbeth irritado-. Ve con mi esposa de nuevo y si reclama por mí dile que estoy resolviendo estrategias para la inminente batalla y en cuanto salgamos victoriosos de la defensa de Dunsinane, iré con ella a mostrarle las cabezas cercenadas de los traidores a Escocia.
-¡Menudo regalo!- masculló el médico.
-¿Qué dices?
-Nada, Vuestra Majestad. Simplemente me he atorado. Con vuestra anuencia, me retiro a cumplir con las instrucciones que me has impartido.
-¡Vete de una vez! Déjenme solo.


XI

Al otro día, desde las almenas de Dunsinane, Macbeth observaba el bosque y pensaba en las palabras del espectro. No había descansado un solo minuto y tal vez por eso le parecieran extraños los movimientos que creía ver en la copa de los árboles.
-¿Acaso no ven cómo se mueven aquellos árboles?- le preguntó a uno de los soldados que lo acompañaban.
-¿Árboles que se mueven?- dijo el otro, incrédulo. ¡Un momento! ¡Sí! Tal vez sea el viento que los agita.
-No es posible- dijo Macbeth-. Aquí no hay viento. Además esos árboles se mueven en nuestra dirección. Todo parece volverse real. ¡Vamos! ¡Al combate! Ya estoy hastiado de todas estas dudas y todas estas largas inertidumbres que padecemos. Salgan todos a combatir con el ejército de Malcolm y Macduff. Que no quede un solo hombre en el castillo. ¡Miren, allí! Comienzan los primeros avances del enemigo. Pero... ¿cómo han podido llegar tan lejos sin que los vigías los advirtieran? Miren: los árboles que se movían son hombres que portan ramas para cubrirse y ocultarse. ¡Así es que han avanzado!
-¡Es como si el bosque avanzara hacia nosotros, Alteza!
-¡Calla! En tus palabras reconozco las del espectro.
-¿De qué espectro habla, Majestad?
-De nada que les interese. ¡Corred abajo! ¡A defender el castillo hasta que no quede un solo hombre!
Los soldados se apuraron a salir. Pero al llegar al campo de batalla, viendo perdida la razón del Rey, bajaron sus espadas y las entregaron a los nobles de Macduff y Malcolm.
-¿Dónde está vuestro Rey?- dijo Macduff-. Contesten ahora o no obtendrán la clemencia que han venido a buscar.
El primer soldado habló sin reparos:
-Está en el castillo, en las almenas cerca de su habitación. Todo el tiempo habla de cosas incomprensibles, como alguien a quien se le ha extraviado el pensamiento.
-Es la culpa por los actos infames que ha cometido- dijo Ross a Macduff-. Yo reconozco a estos soldados. Son quienes han dado muerte a tu esposa y a tu hijo, Macduff. Ajusticiémoslos aquí mismo.
-¡No! Espera. Devuélvanles las espadas que han entregado.
-Pero...
-Devuélvanselas. Y ustedes, innobles traidores y asesinos, empuñen esas espadas y vengan a mí.
Los otros nobles formaron un círculo en torno a los tres hombres armados. Los dos soldados se miraron y lanzaron una sonrisa socarrona. Luego emprendieron la carrera hacia Macduff con las espadas en alto. Cuando iban a lanzar el doble golpe, otra espada se les interpuso. Era la de Malcolm que, conmovido por el gesto noble de Macduff, irrumpió en su ayuda sin que éste pudiera negarse. Los dos soldados no fueron rivales para los dos nobles caballeros. Luego de unos cruces en los que las espadas sonaron como truenos en la noche, Macduff y Malcolm atravesaron los cuerpos de los traidores.
Después de terminado el duelo, Malcolm saludó a Macduff y le señaló el castillo.
-Te ayudé hasta aquí, noble Macduff, el más fiel de los servidores de mi padre. Pero ahora seguirás solo. Allí arriba habita quien te ha dejado sin lo que más querías en el mundo. No te despojaré de la justicia que tú mismo debes impartirle. Y si acaso no le vences en combate, debes saber que igualmente le venceremos nosotros. Ve con él y que sea lo que Dios quiera.

XII

Desde las almenas, solo, Macbeth observó todo el combate de sus soldados contra Macduff y Malcolm.
-Ahora vienen a por mí- dijo en voz alta-. Pero nada he de temer pues ningún nacido de mujer podrá hacerme daño. Todo esto no es más que un inconveniente indeseable que superaré de inmediato.
Alguien golpeó la puerta de la habitación.
-¿Quién se atreve a molestarme en un momento así?
-Soy el médico.
-Adelante. ¿Qué tienes que anunciar?
-Malas noticias, Su Alteza.
-Ninguna podría ser peor que lo que está pasando fuera del castillo.
-Esta tal vez sí. Es sobre Lady Macbeth.
-¿Qué ha sucedido con ella?
-Está a punto de morir y clama por la presencia de su esposo.
-Pues su esposo no puede acompañarla en este momento. Ve rápido con ella y consuélala haciendo que pase lo mejor posible de esta vida a la otra.
-Pero...
-¡Vete! ¡Vete ya que yo tengo mis propias angustias!
El médico se perdió rápido por el pasillo y Macbeth bajó corriendo hacia el patio del castillo blandiendo su espada. Allí se encontró con un joven de la primera fila de soldados fieles a Malcolm que había entrado recién por encima de la muralla.
-¡Prepárate a morir, joven Siward!- dijo Macbeth.
-¿Cómo me has reconocido?- preguntó el otro.
-En tu rostro veo los rasgos traicioneros de tu padre.
-¡Tú, que traicionaste a Duncan en tu propio castillo y le diste muerte, tú, infame, te atreves a hablar de rasgos traicioneros! Combatiré contigo ahora mismo y ojalá se me depare la honra de vencerte.
-¡Nunca lo harás! Has sido parido por una mujer y nadie que lo haya sido puede matarme.
El joven Siward empuñó su espada con decisión y arremetió contra Macbeth. Pero el rey era más experiente en combate. Lo esperó plantado en sus pies y lo esquivó haciéndolo trastabillar y quedar de espaldas. Cuando se repuso y tornó su cuerpo hacia su enemigo, la espada de Macbeth penetró limpia en su pecho.
-¡Y así morirán todos!- gritó el rey.
En ese instante Macduff irrumpió en el castillo.
-¡Detente, bestia infernal!- dijo dirigiéndose a Macbeth-. El momento más glorioso ha llegado. Has gastado tu espada venciendo a un chico en su primer combate. Ahora veremos cómo te enfrentas con un hombre.
-Ven aquí, Macduff. Nada he de temer. Me ha sido predicho que ningún hombre nacido de mujer puede hacerme daño, así que a ti también te venceré.
-Pues esas voces que escuchas y a las que prestas tanta atención debieron decirte también que yo no fui parido por mujer sino que fui quitado del vientre de mi madre de forma prematura.
-Pero... ¿Cómo...?
-Basta, Macbeth. Deja tus fantasiosas elucubraciones y pelea.
Enfurecido, Macbeth corrió hacia donde Macduff lo esperaba espada en mano. Los hombres de uno y otro bando se abstuvieron de combatir, esperanzados en que las espadas de sus jefes terminarían de una vez con la batallas entre hermanos de una misma nación. Cualquiera que ganara, exigiría la rendición de los soldados del otro con legitimidad.
Macbeth parecía un león agitado y valiente. Macduff, igualmente alto y con la misma fortaleza, aunque algo más joven, resistía con paciencia los embates de su odiado enemigo. Luego de los primeros pases y los primeros cruces, Macbeth atacó el flanco izquierdo de Macduff con un golpe de espada que dio de lleno en su muslo y le atravesó parte de la pierna. Macduff quedó tendido en el suelo y Macbeth ya iba a rematarlo cuando, ignorando el dolor de la herida, Macduff volvió a pararse. Esquivó lo que hubiera sido un golpe de muerte saltando sobre la espada de Macbeth y en el mismo movimiento hundió la suya en el pecho de su enemigo. Macbeth cayó de rodillas, aun vivo, y con gesto noble y sereno aceptó su muerte en pago de las traiciones cometidas. Macduff arrancó su espada del pecho de Macbeth y lo dejó caer.


EPÍLOGO


Cuando el último de los soldados fieles a Macbeth entregó su espada, Malcolm fue vitoreado como el nuevo y legítimo Rey de Escocia. En el castillo solo quedaba un médico junto al cadáver de una mujer que en algún tiempo había sido una de las mujeres más bellas de Escocia. Lady Macbeth yacía en su lecho, muerta.
Los muertos fueron enterrados en una fosa común, pues ese es el triste destino de los que pelean en las guerras, sin importar el bando por el que lo hagan. Luego Malcolm llamó a celebrar la restitución del legítimo Rey y anunció un banquete en agradecimiento a los ingleses que lo acompañaron en la gesta de reconquista del trono de su padre. En medio de la celebración, dos hombres salieron a las almenas y contemplaron por un buen rato el campo de batalla y la fosa de los muertos.
-¿Cuál es el sentido de todo esto?- dijo el noble Siward, padre del joven muerto por Macbeth aquel día.
-No lo tiene- respondió Macduff-. Pero llegará el día en que todo esto no sea más que un recuerdo. Apenas una historia. Una leyenda para que otros puedan compadecerse de los brutales tiempos en los que nos tocó vivir.
-Que así sea.


FINAL